Por Jackeline Cárdenas Ipenza | 2 de febrero del 2021
— No sé qué sería de un pueblo sin agua. Bien difícil que nos falte, siempre baja agua por el río, llega de lo más alto.
Cristina Cubas, de 41 años, siempre ha vivido rodeada del manto verde que cubre los cerros de la comunidad de Huaros —uno de los siete distritos de Canta (región Lima)—, y cuando le preguntamos qué pasaría si empezara una sequía por tres años seguidos, por ejemplo, responde que no puede imaginarlo. Su apreciación suena hasta optimista, pero recordamos que tampoco nadie pudo prever la aparición del COVID-19 y que la pandemia llegaría a todos los rincones del planeta, incluida esta comunidad de la sierra de Lima, para cambiarnos la vida.
La lluvia azota el techo de calamina de la tienda donde nos sentamos a conversar, cada una con su mascarilla. Cristina es subprefecta de esta localidad donde viven unas 300 personas. A pesar de los casos de COVID-19 en la comunidad, afirma que su vida y trabajo no han presentando mayores sobresaltos. Confiesa su preocupación por la distancia geográfica con sus dos hijos y su esposo, que residen en Lima. Ella comparte sus labores entre el campo y la ciudad para cumplir sus deberes como madre y autoridad en Huaros.
La palabra Huaros viene de la expresión quechua ‘wuaru’, que significa unión y andenes de tierra. La vegetación extensa y los cerros con andenes preincas pueden hacer creer que los recursos naturales siempre estarán ahí. La escena nos seduce. Nos ciega.
La ganadería es la principal actividad económica en esta comunidad. Los habitantes crían ganado ovino y vacuno para vender sus derivados, sobre todo leche fresca y queso. Pero esto no siempre fue así. Hasta inicios del 2000, la agricultura era la principal actividad y destacaba la producción de la papa, según una publicación del Instituto Francés de Estudios Andinos (2002). Ahora solo producen papa, olluco y quinua para el consumo interno.
Una primera intervención
En 2018, la asociación civil Alternativa Centro de Investigación Social y Educación Popular llegó a Canta y se puso en contacto con las autoridades para presentar un proyecto piloto de recuperación de bofedales, que son porciones de tierra húmeda, como esponjas, que almacenan el agua por periodos prolongados. Este sistema ayuda a abastecer de agua los canales cuando no es época de lluvia y a enverdecer el pasto para los animales. Por supuesto, el agua proviene de diferentes fuentes como las lluvias y del cerro Auquichani.
Desde Auquichani, el agua discurre por la cuenca de Yamecoto, abasteciendo a Huaros y otras comunidades aledañas. Todo un circuito espectacular que la naturaleza ha provisto y que ha sido aprovechado por antiguos habitantes preincas, cuyos vestigios aún se puede observar en construcciones como canales, santuarios y andenes.
En 2019 fue implementado el proyecto piloto. Primero hubo un diagnóstico y luego se ejecutaron acciones concretas como el tratamiento de las cárcavas, que son hundimientos pronunciados en la tierra que destruyen los bofedales debido principalmente al deshielo cada vez más acentuado del cerro Auquichani. Las cárcavas impiden que el agua se almacene en los bofedales.
Mauricio Núñez, el especialista que ejecutó el proyecto de Alternativa Centro, advierte que sin un seguimiento y gestión de iniciativas de este tipo Huaros podría quedarse sin agua en un futuro. “Sin la correcta gestión social del territorio cada vez habrá menos disponibilidad hídrica en la época de estiaje”, apunta. Además, “la dinámica del paisaje y distribución de mosaicos va a afectar la disponibilidad hídrica de Huaros. Solo la cuenca de Yamecoto provee 12% de agua para Lima Norte”.
El proyecto trató de involucrar a los huarocinos; sin embargo, no hubo una gran convocatoria. Solo seis personas fueron a la zona de trabajo.
El alcalde del distrito de Huaros, Pedro Bandan, se sincera y señala que “los tiempos han cambiado”, y que la falta de participación se debe a que las personas quieren hacerlo con un pago de por medio. No es como hace 20 años atrás, cuando se asumía como regla el trabajo colaborativo y recíproco, a través de la mita, la minka y el ayni.
“Es muy importante este proyecto, es la siembra y cosecha de agua, yo encarecidamente diría que se emplee y se haga una realidad, porque hoy en día si no sembramos el agua, si las autoridades no pensamos en hacer reservorios de agua, vamos a sufrir. El agua es fuente de vida”, reflexiona el alcalde.
Algunos beneficios de los bofedales son la purificación del agua, ya que eliminan la concentración de metales; son excelente forraje para el ganado; almacenan de manera natural el agua, además de proporcionar un paisaje atractivo para el turismo.
¿Qué pone en peligro a los bofedales? Se conoce que existen traficantes de este tipo de tierra que comercializan en Lima como abono para los viveros. El peligro es latente. La formación de bofedales toma más de 100 años y si no hay intervenciones para su recuperación, pueden desaparecer. La inacción por unos diez años en Yamecoto podría ocasionar la desaparición de los bofedales, asegura el especialista Mauricio Núñez.
¿Qué puede hacer alguien que no vive en zona de altura para reducir este impacto? “Por ejemplo, ahora está de moda las kokedamas, que son bolas de turba o musgo donde se planta una flor u otra planta y se usa de forma decorativa, la mayoría se venden por ejemplo en Miraflores, y provienen de los bofedales de Carampoma (Lima). Se debe evitar comprar estos artículos porque su compra afecta directamente a estos ecosistemas”, recomienda Yessica Armas, especialista en inversión pública de Forest Trends.
El Ministerio del Ambiente y el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM) anunciaron en septiembre de 2020 que por primera vez el Perú tendrá un inventario de bofedales. Consultamos a la directora de investigación de esta institución, Beatriz Fuentealba, y señaló que hacer este documento supone un proceso largo. “Los bofedales son sumamente complejos, ahora estamos en la fase de definir la metodología, aspiramos a fines del 2022 poder contar con el inventario. (...) Sobre todo, esperamos que sea una herramienta útil para los gobiernos regionales y locales, que están interesados en establecer proyectos de recuperación de bofedales”, expresa.
“Manteniendo los bofedales, habrá más agua”
El comunero Jair Poma, de 24 años, estudió en Lima por dos años la carrera de operación de maquinaria pesada, pero no le gustaba. Él prefiere el campo. “Desde pequeño siempre andaba detrás de las vacas”, cuenta. Ahora se dedica a la crianza del ganado vacuno. “Puedo dar la vida por Huaros”, afirma con una sonrisa en el rostro.
¿Pero, por qué la ciudad capital que ofrece grandes oportunidades no cautivó a Jair? “La gran diferencia —explica— es que aquí en Huaros hay agua en abundancia, en cada paso que das encuentras agua, en cambio en otros pueblos, no. El agua está lejos y tienen que traerlo, así como en Lima”. Jair no puede imaginar a su comunidad sin agua, elemento fundamental para mantener los pastos de su ganado.
En un día de invierno, como es ahora, Jair además puede vender entre seis a ocho moldes de queso, de un kilogramo a 12 soles la unidad. Sin embargo, cuando inició la pandemia los precios cayeron. Apenas pagaban 5 soles por molde. Era difícil sacar los productos hacia Lima.
A pesar de la adversidad, Jair es optimista. Considera que en Huaros hay futuro a pesar de la pandemia, sobre todo en el campo. En diez años, se proyecta logrando mejorar la raza de sus vacas para que produzcan hasta doce litros de leche y no seis, como ocurre ahora. Además, quiere abrir su propio negocio de lácteos para vender todo lo que produce directamente en Lima, y no tener intermediarios que se queden con parte de las ganancias.
Jair Poma fue uno de los pocos participantes del proyecto piloto de recuperación de bofedales que los huarocinos conocen como ‘chunales’. Como ya sabe de su importancia, dice: “manteniendo los bofedales, habrá más agua”.
Los trabajos consistieron en realizar 12 estructuras en zonas de bofedales dañadas o degradadas, por ejemplo, haciendo excavaciones y colocando una cama de rocas, para hacer que el agua no discurra sino que se almacene. Sin este tipo de intervenciones los bofedales corren el riesgo de desaparecer, y por ende dejaría de abastecer de agua a las comunidades.
Jair nos lleva a conocer el inicio de la cuenca de Yamecoto, donde están los bofedales. Queda a tres horas en caballo, por un sendero empinado, empedrado y húmedo. En el trayecto, Jair nos cuenta sobre una de las celebraciones más importantes de Huaros: “la fiesta del agua”, más conocida como la “limpia acequia”.
Esta celebración tiene lugar el tercer lunes de noviembre, en el que se declara feriado para todos. Cargan unas cruces hacia los cerros Huishco y Jinchi. Previamente, las cruces son adornadas con coloridas flores de la zona y los comuneros se alimentan con los siete desayunos ofrecidos por los organizadores.
El camino de subida tiene algunas paradas, por ejemplo, para realizar la misquipada, que consiste en compartir hojas de coca, cigarros y alcohol. Además, los mayordomos ofrecen flores para decorar los sombreros de los invitados. Al final del día, la ceremonia termina con una fiesta en el centro del pueblo con conjuntos musicales y fuegos artificiales. Es la celebración de la llegada de las lluvias que trae el invierno.
El ritual incluye el trabajo de limpieza de las acequias o los canales que conducen el agua. Pero esto con los años se ha ido dejando a un segundo plano y es más un acto simbólico. Sobre esto, Jesús Villegas, comunero de Huaros, comenta: “Poco a poco se van perdiendo [las costumbres], ya que hay pocos pobladores y son pocos los hijos que regresan a continuar las tradiciones de nuestro pueblo. También han llegado otras familias que desconocen nuestros usos y costumbres, y por eso, se van dejando”.
Al llegar a la cuenca de Yamecoto, a más de 4000 m.s.n.m., en las faldas del cerro Auquichani, una primera impresión es que se trata del escenario perfecto para la desconexión. Animales silvestres como pequeños venados corretean a lo lejos. El agua se abre paso y se puede escuchar claramente su recorrido por los bofedales. Grandes variedades de vegetación como el ichu terminan de completar el paisaje.
¿Qué se puede hacer para garantizar proyectos como el de Yamecoto? ¿El gobierno está en condiciones de invertir en esas iniciativas?
Al respecto, Yessica Armas, especialista en inversión pública de Forest Trends, nos brinda algunos alcances: dentro de las intervenciones de los gobiernos regionales o locales, muchas veces, no está priorizado el tema ambiental. Aunque se trata de poblaciones rurales que se sirven de estos ecosistemas y que habitan en ellos, no los consideran una prioridad en su listado de objetivos y acciones estratégicas a atender. (...) Una de las formas en las que se podría incidir, es considerar el factor ambiental en la actualización anual de los planes que las instituciones deben, por norma, realizar; precisa la especialista.
También explica que otras forma de pensar la sostenibilidad de este tipo de proyectos es que sean declarados de interés, como zonas intangibles o protegidas, así las autoridades estarían en la obligación de destinar presupuesto para que estas zonas puedan ser monitoreadas, resguardas y conservadas.
Por último, Yessica, nos recuerda que existen en otras zonas del Perú proyectos que se deben destacar como en la zona de Lucre-Huacarpay (Cusco) donde hay bofedales y lagunas, y se han realizado intervenciones para recuperar estos ecosistema mediante un equipo de coordinación multisectorial conformado por la comunidad, el gobierno local y regional. Y en la costa, se tiene el caso de los humedales de Ite (Tacna), que también son usados por la comunidad, con un sistema de ecoturismo. En cualquier caso, la población cumple un rol vital para la sostenibilidad de este tipo de iniciativas.
La pandemia no se llevó a nadie
A casi un año desde que se declaró el estado de emergencia nacional, se puede decir que los huarocinos han dado buena batalla: ninguna vida se ha perdido por COVID-19 en este distrito, según reporta la Dirección Regional de Salud de Lima. La comunidad se alistó con unas tranqueras en el ingreso y no permitieron entrar ni salir a nadie a inicios de la pandemia, por lo que dentro la comunidad el uso de la mascarilla no fue tan popular ni el toque de queda, salvo cuando llegaban los patrulleros.
Calles casi vacías, casas abandonadas por quienes que se han mudado a la ciudad. Perros mansos y amigables, que han aprendido de sus dueños, que te miran a los ojos y te brindan un saludo amistoso sin conocerte. La distancia social como nueva regla no ha sido tan complicada de aplicar debido a la poca cantidad de personas.
“No hay una verdadera descentralización. Todos miramos a la capital. Como padre uno quiere que sus hijos sean mejores y a dónde miramos: a la capital”, afirma el alcalde Pedro Bandan sobre la migración de los habitantes de Huaros hacia la ciudad. En el 2000 la población total del distrito de Huaros, que incluye sus anexos de Culluhuay, Huacos y Acochaca, llegaba a los 1255 habitantes, pero según el último censo nacional realizado por el INEI en 2017, ahora son apenas 760, cuya población se concentra en el grupo de 45 años a más.
Por ahora el alcalde se concentra en retomar la vida normal que antes tenían y destaca que Huaros es un pueblo tranquilo para visitar, tiene las puyas de Raimondi, las ruinas de Aynas y Huishco, la piscigranja y las lagunas. La incertidumbre de estos días ha genera dudas sobre la reactivación del turismo y el transporte de sus productos hacia Lima sobre todo por una posible ampliación de la cuarentena luego del 14 de febrero próximo.
Pero aún más incierto es el futuro a largo plazo, pues los bofedales siguen sin ser recuperados en su integridad. Proyectos piloto como el que lideró Alternativo Centro son iniciativas positivas, pero se requiere de una mayor socialización de la propuesta y mayor inversión desde el Estado para que toda la comunidad se involucre en el trabajo de recuperación.
Todos sus habitantes parecen tener un sentido de pertenencia tan estrecho con su tierra que se refieren comúnmente a este lugar como “mi Huaros querido”. Ojalá en algún momento esta expresión se refleje en la unión de la gente para proteger lo más valioso que tienen: el agua.
Este reportaje contó con el apoyo del Proyecto Infraestructura Natural para la Seguridad Hídrica, en alianza con la Fundación Gustavo Mohme Llona.