Por Iván Brehaut
Con la colaboración de Victoria Carlos y Hugo Alejos
21 de junio de 2023
Se les ve en el principal aeropuerto de Ucayali, en la Amazonía del Perú, caminando con aire de extranjeros y ropa anticuada. Los hombres van con sombreros de ala ancha, tirantes y camisas a cuadros. Las mujeres llevan vestidos largos y pañuelos y siempre cuidan amplios grupos de niños. Aunque son étnicamente alemanes, poseen nacionalidades de distintos países de Latinoamérica. Donde sea que lleguen para establecer sus colonias agrícolas dejan una honda huella en el ambiente. Pertenecen a la rama más conservadora y fundamentalista del grupo religioso menonita y en 2017 empezaron a depredar los bosques peruanos ante la pasividad de las autoridades locales.
Y siempre lo hacen amparados en su credo.
Cuando están en la ciudad de Pucallpa, la capital ucayalina, su centro de operaciones es el Hotel Kennedy. Su presencia es cada vez más frecuente allí, pero siempre están de paso, ya sea camino a sus colonias de Masisea (a tres horas de esa urbe) o de Tierra Blanca (en la vecina región de Loreto). Rondan por la ciudad, contactando con quienes pueden comprar sus mercaderías o venderles productos y máquinas que les ayuden a cumplir su objetivo: convertir los bosques amazónicos en extensas zonas de cultivo y pastizales.
El bosque como obstáculo
A unos 380 kilómetros de Iquitos, la principal ciudad de Loreto, surcando el río Ucayali, casi a medio camino de Pucallpa, está Tierra Blanca, la localidad con mayor número de menonitas en el país. Allí se han establecido tres colonias (Wanderland, Österreich y Providencia). Según las investigaciones fiscales y las irrefutables pruebas de sus acciones, allí han deforestado masivamente y sin respeto por las normas ambientales por lo menos 4,819 hectáreas, de acuerdo con los reportes de la ONG Conservación Amazónica y su proyecto de monitoreo satelital MAAP.
Peter Dyck, de nacionalidad de Belice, líder y residente en Tierra Blanca, se animó a hablar conmigo hace unas semanas.
“Nosotros hemos venido a trabajar. Buscamos más tierra para vivir y producir. ¿El bosque? Pues es mejor que la tierra produzca comida. ¿Para qué vamos a tener tantos árboles si no se comen, si no producen nada? La madera es importante, ¿pero para qué más? Ya hay suficientes árboles en Perú. Perú necesita comida y no más árboles”, contestaba con una sonrisa.
Deforestar no es un problema para ellos. “Si cada persona tuviera su parcela de tierra para producir su comida y vender, sería lo mejor. No habría hambre ni pobreza”, agregaba. El problema es que en estos asentamientos no solo hay una parcela por persona, sino que ocupan más de 4.844 hectáreas solo en Perú, según cifras de ProPurús
Y con absoluta naturalidad, decía: “Los árboles, las piedras, son cosas”.“Y las cosas las ha puesto Dios para que las usemos”.
Medelú Saldaña, asesor legal de la colonia de Tierra Blanca, calcula que debe haber al menos 250 familias menonitas conservadoras en el país, pero advierte que aún falta la llegada de más familias. “Sí hay más tierra para asentarse, llegarán más al Perú. Ellos necesitan tierra para cultivar”, asegura.
Como se sabe, los menonitas tienen un flujo migratorio constante a través de Latinoamérica. Diversos especialistas han tratado de calcular el número de hectáreas ocupadas por los menonitas en estos países. Los cálculos más confiables proceden de un estudio realizado por un grupo de investigadores liderado por el geógrafo y especialista en cambio de uso del suelo Yann le Polain de Waroux en el 2020. Calculó más de 3,8 millones de hectáreas ocupadas. Sin embargo, aún no se ha podido determinar a cuánto asciende la población menonita en tierras latinoamericanas. Esto se debe, en parte, a las continuas migraciones y a la doble o triple nacionalidad que ostentan en muchos casos.
Lo cierto es que, donde sea que lleguen, suelen tener problemas legales y conflictos con las comunidades locales. De acuerdo con Carla Limas, especialista en información geográfica de ProPurús, las áreas deforestadas solo en Bolivia, país donde habitan unos 150 mil menonitas en 120 colonias, podrían ascender a las 2 millones de hectáreas.
Los unos y los otros
Si bien los menonitas empiezan a figurar en algunos medios de comunicación peruanos en 2015 —y luego en el 2016 tras ser denunciados por deforestar en Tierra Blanca y Masisea—, su presencia ha pasado casi inadvertida durante décadas. De hecho, el estereotipo de los menonitas que ha traído la última oleada migratoria –altos, alemanes y con vestimenta de otros tiempos– contrasta con los grupos que llegaron en 1946, como parte del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), con base en Yarinacocha, Pucallpa. El ILV fue un famoso movimiento evangelizador de la Amazonía, con una enorme influencia en la cultura de los pueblos indígenas amazónicos, pero apoyado por menonitas liberales.
Ya en este siglo, menonitas conservadores llegaron a Perú desde México, Belice y Bolivia. Es un poco difícil establecer realmente cuál es la nacionalidad de los conservadores, ya que muchos tienen más de una, lo que es parte de su estrategia de expansión. Su llegada al Perú se debe, entre otras razones, al continuo crecimiento de su población, que exige ampliar continuamente su área agrícola, donde cada hogar menonita tiene un promedio de seis hijos.
Pero también existen otros motivos para sus movimientos migratorios. Los menonitas llegados a tierras peruanas escapan, como ocurrió a lo largo de toda su historia, de las restricciones que los gobiernos les imponen: educación normalizada, servicio militar y carga tributaria.
Los venidos desde México huyen también de los narcotraficantes y de una zona donde los costos de producción son cada vez más altos debido al agotamiento del agua que debe ser bombeada del subsuelo del desierto de Chihuahua. Los procedentes de Bolivia escapan de los conflictos locales, la enorme competencia comercial, la escasez de tierras y la imposición del gobierno que sucedió a Evo Morales de intervenir en la educación de los niños. En Belice, la regulación para el comercio de carne no les convenía, algo que también impulsó su incursión en otras latitudes.
Peter Dyck, líder menonita conservador, señala que otra de las principales causas del éxodo es la “degradación moral” de las colonias, es decir, su alejamiento de la doctrina menonita, por el relajamiento de las costumbres de parte de los jóvenes.
Hay iglesias menonitas progresistas en el Perú que se declaran defensoras de los derechos humanos e indígenas, del ambiente y la niñez, y que no tienen relación con los menonitas conservadores de Tierra Blanca o Masisea. Existen en Lima, Piura, Sullana, Huaral, Cusco e Iquitos. Solo en Cusco, en el sureste del país, en el 2010 se contabilizaban más de 1.500 miembros progresistas, con una historia de más de 35 años de trabajo. En Iquitos cuentan, desde 2012, con tres sedes en las que participan 90 adultos, 86 adolescentes y más de 300 niños.
Según la Conferencia Menonita Mundial, cuya sede se encuentra en Ontario, Canadá, y que es representada en Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela por el colombiano Paul Stucky, la labor misionera de los menonitas progresistas busca un mundo justo, tolerante, respetuoso de las minorías, de los derechos indígenas y de las causas ambientales.
Juan Carlos Moreno, un misionero menonita procedente de Bogotá, Colombia, sonríe cuando la gente de Iquitos le dice que “no puede ser menonita” porque canta alabanzas alegres, no viste overol ni es alemán. Efectivamente, Moreno no se parece en nada a aquellos de Tierra Blanca. Abierto al diálogo, risueño y con acento de su país natal, Juan Carlos está entregado a su labor misionera, con una actitud totalmente opuesta a la de los menonitas conservadores.
Con la piel bronceada por el sol selvático, cabello y barbas negras, Juan Carlos dicta clases de música de lunes a viernes. Luego dedica toda su energía a las obras de la congregación y al trabajo con jóvenes en situación de riesgo, junto con su esposa y su hermano David. “Nosotros venimos a apoyar a la gente, a transmitir la palabra de Dios, a compartir con ellos, no a vivir apartados del mundo. Nuestra misión acá, en Iquitos, ha sido y siempre será apoyar a la gente”, dice.
Moreno también marca distancias de los menonitas conservadores o “de la Antigua Colonia”, como también se les conoce. “Nosotros no tenemos relación con la gente de Tierra Blanca. Ellos pertenecen a otro grupo. Nosotros sabemos de la necesidad de la gente de acercarse a Dios y Él nos encomienda esa misión. Dar su mensaje no es aislarnos. Eso sería egoísta”, expresa. También dice que la labor de su grupo es valiosa, “ya que la niñez está muy abandonada, y eso del comercio sexual es una realidad muy dolorosa en la ciudad”.
Durante la pandemia, su misión menonita en Loreto apoyó con la entrega de más de 800 bolsas de alimentos a familias necesitadas, medicinas, y ofreció cuidados a decenas de enfermos. Recientemente, Moreno y su grupo organizaron un campamento para más de 80 jóvenes, a quienes brindan orientación y espacios de interacción que regularmente no se hallan en Iquitos, la capital de la región.
Algo que destaca es su preocupación por la salud y la seguridad de los niños y adolescentes, en una ciudad como Iquitos, conocida por el trabajo y la prostitución infantil. “Todavía somos pocos, pero creemos que con la ayuda de Dios seguiremos creciendo y apoyando a su obra”, dice el menonita liberal.
Fundaciones menonitas en Perú
La historia de la llegada de los grandes grupos de menonitas conservadores al Perú, que no arriban como evangelizadores sino como agricultores, no empieza en el 2014 como algunos medios han informado. En realidad se remonta al 2010, cuando iniciaron las gestiones para emigrar a este país, como se verá en una siguiente publicación. En este detallaremos cómo usaron el tratado Mercosur para facilitar su migración y los arreglos legales de quienes les vendieron los terrenos de Tierra Blanca.
Lo conocido es que el 29 de diciembre del 2014, Jhonny Miraval Venturo, entonces gobernador regional de Huánuco en el centro norte del Perú y actualmente condenado por delitos de corrupción, firmó un convenio con la Iglesia Menonita del Perú, representada por Jaime Olsen Montalván Torrejón. Este último a su vez obraba por encargo del ciudadano canadiense Isaak Driedger, el mexicano Enrique Enns Rempel y el beliceño Peter Wieler, todos menonitas residentes de una colonia menonita de Santa Cruz, Bolivia.
En el convenio se señala que la iglesia trabajaba bajo el esquema de cooperativas de producción agrícola y aseguraba para el grupo religioso autonomía, autoridad, libertad y excepciones al servicio militar.
Un detalle de este acuerdo es que la Iglesia Menonita no indica domicilio legal en Huánuco, ni en otra parte del país. Con este documento los menonitas se establecieron por una temporada en el centro poblado Antigua Honoria, en la provincia Puerto Inca, una zona con fuerte presencia del narcotráfico. Este primer intento de fundación de una colonia tomó el nombre de Österreich (Austria, en alemán), con 25 familias. El convenio, con tres años de vigencia, tenía la opción de renovarse, pero quedó en suspenso luego de que los menonitas abandonaran Huánuco. No tenían posibilidades de expandir sus propiedades y temían la proximidad de los narcotraficantes y de otras formas del crimen organizado.
Por ello, se dirigieron primero a Campo Verde, en Ucayali, para luego marchar hacia Tierra Blanca, en Loreto, donde en 2017 fundaron la colonia Wanderland y refundaron Österreich. Al poco tiempo, instalaron otro asentamiento llamado Providencia, en la misma región, y uno más de nombre Masisea, en Ucayali. Todos estos se encuentran en medio de los bosques de la Amazonía peruana.
En el 2021 una nueva colonia se estableció en el distrito de Padre Márquez, en Loreto, con migrantes llegados de Belice, nombrada Chipiar, una castellanización de Shipyard, que era el nombre de otro asentamiento en su antiguo país.
Cada uno de estos establecimientos menonitas enfrenta ahora problemas legales por el delito de desbosque y cada caso tiene diferentes avances en la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental (FEMA) de Ucayali, a cargo del fiscal José Luis Guzmán Ferro. Una de las investigaciones, aún reservada, se ha ampliado a la totalidad de los varones residentes en Tierra Blanca. Es decir, incluye a más de 200 miembros del grupo religioso.
El impacto de la migración
La lista de conflictos de los menonitas conservadores por los cambios de uso de la tierra, contaminación con agroquímicos, deforestación y agotamiento de recursos es tan larga como su tradición migratoria. Además del uso mismo de estos recursos, los cuestionamientos por la forma en que adquieren las tierras no están ausentes.
El doctor Marc Dourojeanni, exespecialista del BID y experto internacional en política forestal, hizo en el 2020 un recuento muy completo de los problemas ambientales que han ocasionado los menonitas conservadores en Latinoamérica. El investigador afirma en un artículo que los menonitas son agricultores mecanizados, muy alejados de la agricultura orgánica, con un alto impacto en el ambiente y con poco respeto por las leyes ambientales de los países que los acogen.
“Ellos, por sus creencias, no constituyen un problema. Al contrario, son simpáticos, pacíficos y discretos y nada de lo que ellos creen perjudica a los demás. El problema es que, aunque visten y en apariencia viven simplemente, sin acumulación de riqueza ni poses superfluas, ellos son agricultores muy eficientes que usan tecnología convencional moderna. Por eso, dependiendo de dónde se instalan, sus actividades pueden ser altamente impactantes en el ambiente. Y, por diversos motivos, suelen asentarse en tierras cubiertas de bosques”, indica Dourojeanni.
Lo que se observó mientras se realizaba este reportaje en Imiría (Ucayali) y Tierra Blanca (Loreto), como el uso de agroquímicos a discreción y maquinaria agrícola pesada como tractores y vehículos con carretas de carga, confirma lo dicho.
El privilegio de deforestar
La obtención de privilegios por parte de los menonitas es impresionante. Una revisión de los acuerdos obtenidos desde su primera migración a Canadá dan cuenta de su habilidad diplomática, a la que suelen recurrir de manera muy eficaz y sin aspavientos.
En Canadá, Paraguay, México, Honduras y Bolivia, en todos estos países los menonitas lograron obtener privilegios a cambio de implementar las políticas agrarias o de colonización de los gobiernos de los países a donde llegaban.
Por ejemplo, en Bolivia, los menonitas se identifican como campesinos, no sólo como inmigrantes. De esta manera, le han dado un giro astuto a la legislación nacional, pues aprovechan a su favor las normas emitidas para apoyar a un grupo necesitado como el de los campesinos indígenas.
En el caso del Perú, los privilegios que les dio el Gobierno Regional de Huánuco, por ejemplo, vulnera leyes nacionales sobre derechos de niños y adolescentes en el aspecto educativo. La cláusula de eximir a los menonitas del servicio militar también resulta ilegal e inconstitucional, de acuerdo con Daniel Vela Rengifo, abogado constitucionalista y especializado en temas ambientales.
“Lo que hizo el Gobierno Regional de Huánuco atenta contra el ordenamiento jurídico nacional. Un gobierno regional no puede sobreponer sus facultades sobre el Estado nacional”, indica. “El acceso a la educación normalizada sí es un aspecto cuestionable y difícil de definir, pero mantener a los niños con conocimientos básicos de aritmética y lecto-escritura evidentemente limita sus posibilidades de desarrollarse como cualquier otro ciudadano”, agrega.
El especialista legal además comenta que las prácticas propias de la cultura menonita, que son replicadas en la educación de sus infantes, deberían pasar por el filtro del Estado peruano.
“El mismo hecho de normalizar la destrucción de los bosques y perpetuar la idea de que estos son funcionales a la agricultura o a la ganadería, así estas sean destructivas y lesivas a los intereses del país, sí debería ser un aspecto a evaluar por las autoridades educativas, sobre todo si con esa forma de pensar ellos perpetúan en sus niños la idea de que la destrucción del bosque es algo normal, que es su derecho”, advierte.
El conocimiento de los menonitas de las legislaciones nacionales no es algo nuevo. Rodeados siempre de asesores, buscan justificar sus acciones dentro de las brechas y oportunidades que brindan los distintos países. En el Perú, por ejemplo, se les reconoció como agricultores dentro del registro nacional de beneficiarios del bono agrario para la compra de fertilizantes.
De acuerdo con Laura Vargas, destacada profesional católica con una larga trayectoria en la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS), y quien lidera la Alianza Interreligiosa por los Bosques Tropicales (IRI) en Perú, el caso de los menonitas escapa a las motivaciones plenamente religiosas. “Por nuestra parte, hemos intentado dialogar con las autoridades menonitas a su nivel más alto y para ellos también es un problema la actuación de estos grupos en Perú, México y en Bolivia. A nivel global, la comunidad menonita está preocupada por la manera en que operan en Latinoamérica”, señala.
“Los menonitas que han llegado a nuestro país están convencidos de que actúan de acuerdo con lo que dice la Biblia y todos los otros grupos cristianos no están siendo fieles a la palabra de Dios. Ellos están convencidos de que su accionar en los bosques está en consonancia con lo que Dios pide a los seres humanos, se trata de fidelidad a la palabra de Dios. Es la manera como entienden el mandato del Génesis de ‘dominar la tierra', que es interpretado de manera literal”, indica Vargas.
La representante del IRI asegura que tratar de dialogar con ellos en términos religiosos no funciona porque son fundamentalistas.“Si la Biblia dice que hay que dominar la tierra, eso es lo que están haciendo y los demás estamos equivocados. Entonces no van a dialogar religiosamente”.
A pesar de la existencia de organizaciones como la Conferencia Peruana Hermanos Menonitas y la Asociación de Iglesias Cristianas Hermanos Menonitas del Perú, estas no tienen ninguna injerencia sobre el actuar de los menonitas conservadores de la “Antigua Colonia”, asentados en medio de los bosques amazónicos.
El antropólogo Gabriel Arriarán señala que el proceder de los menonitas tiene mucho que ver con la moral protestante más antigua, una ética de trabajo que tuvo una influencia fundamental en el desarrollo del capitalismo, como lo explicó el sociólogo alemán Max Weber hace más de 100 años. “Desde mi punto de vista es clara la relación entre ese proceso y el accionar actual de los menonitas”, apunta. Efectivamente, Weber escribió en su momento que “la ética protestante, al enfatizar la disciplina laboral, el ahorro y la reinversión de ganancias, creó un ambiente propicio para el desarrollo de una mentalidad empresarial orientada al éxito económico”.
Por el historial de estos colonos, no es difícil deducir que su posición respecto al cumplimiento de las leyes es controversial. En Belice, ante las restricciones para asistir a un servicio religioso por la reciente pandemia, Abram Rempel, líder de una comunidad en Orange Walk, dijo: “El llamado de Dios es más alto que el llamado de este gobierno”.
En un reportaje de la revista Gatopardo, Abram Schmitt, agricultor menonita originario de México pero criado en Belice, se refiere también a la naturaleza como cosas, como objetos. No encuentra diferencia entre una piedra y un árbol. En el mismo artículo, Johan Doerksen, responsable de negocios menonitas en el estado mexicano de Quintana Roo, dice: “Los árboles no nos sirven para nada. Bueno, sí nos sirven, pero para sombra, para la madera. La naturaleza así es: hay que desmontar lo que no sirve, lo que sirve hay que separarlo y, lo que no, quemarlo. Tenemos que comer. Nosotros aprovechamos. Si tiramos el monte es porque vamos a sembrar. Aprovechamos la tierra más que cualquiera”.
En esa zona de México, los menonitas no solo son grandes productores agrarios, también son corresponsables de la destrucción de la selva maya, el segundo macizo forestal mejor conservado de América Latina luego de la Amazonía.
En Perú se han registrado, además, casos de conflictos entre menonitas y pueblos indígenas. Por ejemplo, las colonias de Chipiar y Masisea se han establecido dentro de territorios de comunidades shipibas. De hecho, el pueblo indígena de Caimito, en Masisea, ha judicializado el caso con el apoyo de la Federación de Comunidades Nativas de Ucayali (Feconau). Problemas similares se han reportado en Colombia, con la expansión menonita sobre tierras indígenas ancestrales.
Durante septiembre y octubre del 2022, Matt Finer, investigador de Conservación Amazónica y director del proyecto de monitoreo satelital MAAP, alertó sobre el aumento de la deforestación en la Amazonía peruana por causa de los menonitas. “Creo que el punto más importante a enfatizar es que los menonitas son ahora la principal causa de deforestación organizada a gran escala en Perú. Es decir, la gran mayoría de deforestación es de pequeña escala agraria y expansión gradual de minería. Es mucho más raro tener una fuerza que despeje rápidamente grandes áreas de bosque primario”, afirma Finer.
Las alertas de MAAP han sido constantes en relación al efecto que pueden tener en la Amazonía peruana, teniendo como antecedentes la deforestación hecha en Brasil y sobre todo en Bolivia, de la que los menonitas son responsables de un 20% aproximadamente. De hecho, al analizar el tipping point, el punto de no retorno en la destrucción de la Amazonía, Finner también nos indicó que la masiva pérdida de bosques en la zona sureste de la Amazonía sería el lugar de inicio de este catastrófico evento.
En Pucallpa, muy lejos de México, de Canadá y más aún de Europa, los menonitas siguen aumentando su presencia, continúan llegando más familias del extranjero. Ya no ocupan solo el Hotel Kennedy, su punto de llegada preferido en los últimos seis años. Ahora son tantos en tránsito que se han establecido también en otro hotel, a unas 10 calles de allí.
Hace cuatro años, los niños menonitas aún jugaban solos por la noche en el parque, frente al Hotel Kennedy, cuando la mayoría de la gente ya se había ido. Pero ahora también se ve a otros menores pucallpinos compartiendo con ellos, integrándolos. Aún no saben nada del cambio climático ni de la desaparición de los bosques. Quizás aún estén a tiempo de aprender que ciertas actividades económicas afectan negativamente la vida de sus iguales.
Edición: Gonzalo Torrico