Por Roberth Orihuela Quequezana*
15 de agosto de 2023
Este es un reportaje para Convoca.pe, que se publica en alianza con Connectas, con el apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting
Felix Suasaca sumerge un palo en el fango para sacar una pequeña muestra. No se ve nada bien y huele peor; una combinación de podredumbre mezclada con heces humanas, macerada bajo el ardiente sol del altiplano puneño. A bordo de un bote abandonado, intenta ingresar a unos cinco metros de la orilla del lago Titicaca, en la región de Puno, para mostrar que ya nada vive allí. Antes, dice, pescaban truchas, carachi (un pez pequeño propio de Perú y Bolivia) y ranas, para comer y comerciar en los mercados locales y preparar potajes típicos para los millones de turistas que llegan a conocer el lago navegable más alto del mundo. Hoy no hay nada, solo el lodo maloliente, botellas de plástico flotando y algunas aves que se aventuran a quedar atrapadas, morir y ser parte de la sopa fétida en que se ha convertido la fuente de donde surgieron los fundadores del Imperio Inca, según las leyendas.
La contaminación en el lago Titicaca ha pasado de ser una alerta a convertirse en un serio problema medioambiental. Así lo demuestran estudios realizados por las autoridades de Salud, la Autoridad Binacional Autónoma del Lago Titicaca, la Autoridad Nacional del Agua (ANA), el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) y varios científicos. En el lago confluyen diversas fuentes de contaminación: los ríos cargados de metales pesados provenientes de la actividad minera legal, ilegal e informal; las aguas residuales que producen todos los pueblos y ciudades de la región Puno; y la basura —principalmente plásticos— que desechan los habitantes y que se acumula en las cuencas y las orillas del embalse que comparten Perú y Bolivia.
Los ríos que alimentan al lago están muriendo, dejando en su trayecto ciudades y pueblos contaminados, comuneros intoxicados con metales pesados en el organismo y residuos fecales y ecosistemas que sostienen el turismo en la región altiplánica en riesgo de desaparecer.
Ríos contaminados
De acuerdo con estudios de la ANA, los siete afluentes del lago Titicaca, en el lado peruano, están contaminados con metales pesados. Uno es el río Suches, que nace en las alturas del distrito de Ananea, donde opera la mina informal más alta del mundo: La Rinconada. El último estudio de Evaluación de Calidad del Agua realizado por la ANA, en 2021, muestra que las concentraciones de aluminio, hierro, plomo y manganeso superan los límites máximos permisibles para el consumo humano y el riego de plantas o el consumo de animales.
Lo mismo pasa en el río Huancané, donde el pH (índice de acidez de las aguas), boro y manganeso superan los límites que establece la norma peruana. Sin embargo, el que más preocupa es el río Coata, que nace en las alturas de la provincia de Lampa, en el distrito de Paratia, y recorre 140 kilómetros hasta desembocar en el lago Titicaca.
Felix Suasaca, quien además es presidente del Frente de Defensa Unificado en contra de la Contaminación del río Coata y el lago Titicaca, rememora la pujanza del distrito de Coata, ubicado a orillas del lago, otrora una planicie cargada de pasto y avena, que servían de alimento para cientos de cabezas de ganado. Hoy el pueblo está casi abandonado. Las familias se han mudado a las ciudades de Juliaca, Puno o Arequipa.
Los pocos habitantes que quedan sufren la falta de agua para consumo, principal consecuencia de la contaminación del río Coata. El afluente está envenenado por la actividad minera que se realiza en la cabecera de cuenca y por desechos humanos —heces y basura— de las ciudades ubicadas en su trayecto.
En la cabecera del río Coata, hay varios proyectos mineros que contaminan sus aguas. Estudios de la ANA y del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) respaldan el diagnóstico. El informe técnico Nº 085-2021 de la ANA advierte 15 fuentes contaminantes en este río: cuatro son aguas residuales de la minería y el resto, puntos de aguas servidas ubicadas en los distritos de Santa Lucía, Paratia, Vilavila, Palca, Cabanillas, Cabanilla, Lampa, Chilla y Juliaca.
El mismo informe advierte de altas concentraciones de metales como el arsénico, manganeso, plomo, talio y zinc. Además, la presencia de coliformes fecales, provenientes del vertimiento de aguas residuales, principalmente en las ciudades de Vilavila y Juliaca. Uno de los componentes de estos vertimientos es la escherichia coli, una bacteria que produce diarreas y otros males estomacales. Pero también puede agravarse y producir males cardiovasculares y hasta la muerte.
La última vez que una mina arrojó sus desechos contaminantes al río Coata fue en marzo de este año. La operación El Cofre, donde la empresa Consorcio de Ingenieros Ejecutores Mineros SA (Ciemsa) explotaba plomo, zinc y plata, vertió relaves durante casi una semana, luego de que se rompió la bocamina donde acumulaban sus desechos, como parte del cierre de la mina.
El incidente fue noticia en la región. Un equipo del OEFA llegó hasta el distrito de Paratia, en la provincia de Lampa, para tomar muestras y verificar los niveles de contaminación al que estuvieron expuestos los pobladores, porque el agua inundó las viviendas de 120 familias y tuvo a la comunidad en alerta durante un mes. En mayo pasado, publicó los resultados del laboratorio. Se halló altos niveles de aluminio, cadmio, hierro, magnesio, manganeso, plomo y zinc, en el agua con relaves que discurría directamente a la cuenca del río Coata.
De acuerdo con las autoridades locales de salud, las consecuencias inmediatas para la población fueron males estomacales, ardor en la piel y problemas respiratorios. “En los primeros días, se atendió a más de medio centenar de niños y adultos que, además, presentaron irritabilidad en los ojos y náuseas por el olor de las aguas”, explicó Gladis Torres Condori, jefa de Epidemiología de la red de Salud Lampa.
El problema no se quedó en Paratia. Durante su trayecto, el río abastece a varias ciudades importantes: Santa Lucía, Cabanillas y Juliaca. “Todos consumimos esa agua contaminada”, asevera el dirigente Suasaca. Además, el río va recibiendo los desechos que producen los ciudadanos: basura y residuos fecales que no son tratados.
Rocío Gómez, gerente ejecutiva de la Empresa Prestadora de Servicios SedaJuliaca, advierte que ninguna de las ciudades en el camino del río Coata tiene una planta de tratamiento de aguas residuales. “Todos los distritos aportan agua contaminante. Hay aguas de las mineras, aguas residuales domésticas no tratadas y basura”, acota.
La ciudad que más aporta a la contaminación es Juliaca. Se trata de un centro urbano donde se concentra el 65% del comercio de toda la región altiplánica, una suerte de mercado gigante donde se comercia de todo, aunque gran parte proviene del contrabando, lo que explica la tasa de informalidad, que supera el 89,4%.
Los casi 280 mil habitantes de Juliaca no cuentan con una planta de tratamiento de aguas residuales (PTAR). “Desde 2009, se entregó a la empresa Opeti (Operadora Ecológica del Titicaca SAC) la concesión para que construya la PTAR, pero han abandonado todo, incluso la construcción de seis plantas en otras provincias, como Puno”, señala Gómez.
La ciudad de Juliaca tiene solo una planta de oxidación, que recibe las aguas residuales y las transporta por diversas pozas buscando que el líquido se evapore y los desechos se sedimenten. Sin embargo, no funciona como debería.
Los pobladores del distrito de Coata, liderados por Felix Suasaca, denuncian que la planta desecha las aguas sin tratar directamente al río Coata. Prueba de ello es una tubería de un metro de ancho que arroja aguas verdes y está oculta detrás de una iglesia. La gerente ejecutiva de SedaJuliaca acepta que dejan salir las aguas residuales, pero asegura que ya no tienen grasas ni sólidos.
Tantos años de desechos vertidos han matado al río Coata y, de paso, la producción ganadera del distrito del mismo nombre. Hoy, ni los pobladores ni sus animales pueden consumir sus aguas. El municipio de San Román los abastece de agua potable con camiones cisterna, pero estas llegan dos veces por semana y, a veces, se olvidan de ellos hasta por un mes.
Muchas veces, los comuneros se quedan sin agua en sus bidones y depósitos, según manifiestan. La funcionaria del SedaJuliaca explica que tratan de cumplir, pero que no tienen suficiente presupuesto para todo el año. “Se necesitan más camiones y más presupuesto”, afirma.
Cuando los camiones con agua no llegan, los comuneros deben recurrir al agua subterránea, aunque esta es salada y, luego de hervirla, mantiene su mal sabor. “Si no tomamos esta agua, nos morimos de sed. También se la damos a nuestros animales”, explica Pastor Coari, ganadero, agricultor y exdirigente del Frente de Defensa de la Cuenca del Río Coata.
Pastor muestra cómo obtiene el agua de los antiguos pozos de agua subterránea que permanecen diseminados por las pampas de Coata. Explica que los animales que consumen el agua del río o del lago se enferman y mueren. “Pero, a veces, no tenemos otra opción en la época de sequía y hasta los pozos se secan”, dice mostrando los bidones, baldes y lavadores en los que reciben el agua potable que SedaJuliaca entrega, cada vez que puede.
Pastor recuerda que, desde que la contaminación se volvió insufrible, la mayoría de la población decidió migrar hacia las ciudades de Juliaca o Puno. Explica que la gente hace esto para proteger a sus niños del veneno en que se ha convertido el río Coata.
Estudios que realizaron las autoridades de Salud de Puno, detectaron que el 80% de los pobladores de Coata tienen arsénico en el organismo. “Incluso, tenemos niños y ancianos que tienen arsénico y mercurio en el cuerpo”, añade Felix Suasaca. En otro estudio de 2020, 34 personas de los distritos de Capachita, Coata y Huata fueron diagnosticadas con altos valores de arsénico y mercurio en el organismo.
Un ecosistema que muere
El daño a la salud de las personas no es la única consecuencia de la contaminación del lago Titicaca. El ecosistema también está muriendo y cambiando, de a pocos, absorbiendo los residuos fecales y los microplásticos. Las orillas del lago se han convertido, literalmente, en un cementerio de animales —ganado vacuno, aves, peces y hasta mascotas— que mueren atrapados en el fango o por consumir el agua.
La bahía de desembocadura del río Coata era antes una zona de pescadores, cuenta Claudio García, dirigente del distrito de Chilla, ubicado al final de la cuenca del río Coata. Hoy, los botes están abandonados y los pocos que salen tienen que ingresar algunos kilómetros en el lago para buscar zonas donde pescar. “Antes, lanzaban las redes en las orillas y sacaban trucha y otros peces. Ahora, no hay nada, solo contaminación. Es un río muerto, donde lo único que pescas es basura”, dice mientras camina por la orilla del lago señalando los botes, viejos, abandonados.
Esta situación es respaldada por estudios científicos. El biólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Jorge Ramírez Malaver, lidera un proyecto de investigación cuyo objetivo es elaborar un mapa de ADN de la biodiversidad del lago Titicaca. “La idea es secuenciar el ADN para determinar cuánto han cambiado las especies, debido a la contaminación que se identifica en el lago”, explica.
El científico advierte que, durante la etapa de muestreo que se realizó antes del inicio de la pandemia del Covid-19, encontraron varias áreas devastadas del lago Titicaca. Una de esas era la zona turística en la provincia de Puno, que también desecha los residuos sólidos sin tratar en el embalse. Esto, señala el investigador, ha provocado la desaparición o alejamiento de especies acuáticas, como el carachi o las ranas.
Otro estudio de la Revista de Investigaciones Altoandinas advierte que, ante la presencia de metales pesados, como plomo, níquel, zinc manganeso, cromo y hierro en los sedimentos del litoral del lago Titicaca, se debe “limitar la actividad de pesca formal e informal, ya que los organismos podrían bioconcentrar metales”. Y una investigación de la Universidad Nacional del Altiplano revela que las macrofitas (plantas acuáticas) de los ríos tributarios del lago contienen niveles elevados de manganeso, aluminio, arsénico, zinc y plata. Estas son las plantas que consumen animales y peces.
A esto se suma el estudio de la Autoridad Binacional Autónoma del Lago Titicaca, publicado el año pasado, que identifica metales pesados que llegan desde los afluentes al lago Titicaca. Para determinar el grado de afectación a la salud de la población expuesta, recomienda realizar un estudio epidemiológico.
Estos metales no son el único motivo de preocupación. La ingeniera ambiental de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa Joshelyn Paredes Zavala realizó estudios para determinar la presencia de microplásticos en las especies acuáticas del lago. “Peces, como el carachi, el pejerrey y otros, tienen, todos, microplásticos en su tracto intestinal”, explica. También detectó modificaciones en los cuerpos de estos peces, relacionados con la presencia de micropláticos, como la reducción de su tamaño y cambios en el metabolismo y el tiempo de vida.
Al igual que Ramírez, la docente de la Universidad San Pablo señala que las actividades humanas son la fuente principal de contaminación. “Las botellas y otros residuos plásticos que los turistas dejan son mal gestionados por las autoridades locales y llegan hasta el lago, que les sirve como botadero. Y ni hablar de las descargas residuales. Por ejemplo, el agua de la lavadora lleva hasta 700 mil microfibras de plástico porque, hoy, casi toda la ropa que usamos es de fibra sintética”, explica Paredes.
La especialista señala que, por el momento, no se puede hablar de consecuencias comprobadas en los humanos que consumen alimentos marinos o acuáticos contaminados con microplásticos, porque es un campo que apenas tiene unos años de estudio. Lo que sí está demostrado es que estos avanzan en la cadena trófica hasta llegar a los humanos. “El agua embotellada y la sal marina son algunos insumos en los que se ha demostrado que contienen microplásticos. Hasta se ha determinado en la placenta de la madre. Lo que aún no se conoce con certeza es el impacto en la salud humana”, puntualiza.
Ramírez señala que cuando hicieron los estudios se acercaron a las autoridades locales para plantearles el problema. Sin embargo, luego de las reuniones, no han tenido mayor información sobre las acciones que han tomado para solucionar la problemática de contaminación del lago.
Este medio intentó comunicarse con los alcaldes de Puno y Juliaca, Javier Ponce y Óscar Cáceres, respectivamente, pero hasta el cierre de este informe no respondieron. Para este reportaje se solicitó entrevistas con representantes de la ANA, del Ministerio de Energía y Minas y del Ministerio del Ambiente, pero ninguna entidad dio una versión oficial.
Cuando la contaminación generó huelgas en diversos distritos, las autoridades conformaron mesas de diálogo, pero ninguna ha realizado acciones concretas. La funcionaria del SedaJuliaca Rocío Gómez recuerda que ha trabajado en diversas entidades públicas de Puno, incluida la ANA, y formó parte de muchas mesas. “Ahí han quedado. Están latentes los problemas, pero sin solución”, acepta.
Mientras tanto, la gente que vive en las desembocaduras de los ríos que abastecen al Titicaca sigue viendo como, poco a poco, sus ríos mueren y, junto a ellos, su sustento, sus costumbres, sus animales y la biodiversidad. “Hoy, la única forma de consumir agua limpia en Puno es subiendo a las montañas, antes de que las minas las contaminen”, dice Félix Suasaca, mientras abre una botella de gaseosa, quizá la única fuente líquida no contaminada porque llega de otras regiones.