El distrito de Megantoni en Cusco, creado hace menos de dos años, está poblado por indígenas amazónicos y es considerado el más rico del país al concentrar las reservas de gas más importantes en territorio peruano. Solo en 2017, recibió S/ 180 millones por concepto de canon gasífero. A pesar de esta aparente bonanza económica, la salud de los matsigenkas no ha mejorado: cada año, niños y mujeres gestantes mueren por la incapacidad del Estado en implementar servicios de salud eficientes y acordes a la realidad de las comunidades nativas. Un recorrido por el Bajo Urubamba pone en evidencia, una vez más, que naciones ricas en hidrocarburos mantienen altos índices de mortalidad infantil y desnutrición, así como menor matrícula escolar.
Era sábado medianoche cuando unos nativos matsigenkas despertaron al médico que dormía luego de cumplir su Servicio Rural y Urbano Marginal (SERUMS) en el centro de salud de Kirigueti, una comunidad nativa ubicada en el corazón del Bajo Urubamba debajo de la cual se asienta el lote 56 de gas natural operado por un consorcio liderado por la multinacional Pluspetrol.
El hombre sostenía en brazos a su hija identificada como Luz M., una niña de 13 años que había caminado junto con sus padres por la espesura de la selva por horas hasta que el intenso dolor que la tenía postrada en su cama desde hace varios días se lo impidió.
El médico examinó a Luz M. bajo la llama de una vela encendida que el nativo cogía, porque en Kirigueti con casi mil habitantes, la energía eléctrica funciona solo tres horas al día. “La niña tenía abultado el abdomen, le salía sangre mezclada con hierbas y vomitaba. Era un probable cuadro de peritonitis y requería cirugía en un hospital”, recuerda el doctor que la atendió.
Trasladar a la niña a un hospital de Quillabamba tomaría siete horas de viaje en bote y otras cinco horas en un transporte colectivo fue descartado por su grave estado. Llevarla a la ciudad de Lima primero por río a la planta de gas Malvina, operada por la compañía Pluspetrol que cuenta con su propia pista de aterrizaje tomaría solo dos horas en bote aunque en penumbra total.
El único establecimiento próximo que podía ser atendida Luz M. estaba a media hora, en un campamento montado por la empresa Repsol que opera el lote 58 y cuyo compromiso es solo con las comunidades influenciadas por su actividad gasífera.
Gracias a las gestiones del médico y del dirigente de la comunidad, la empresa accedió esa misma madrugada a que el médico emergenciologo atendiera a la niña.
“(Centro de salud) no tenía combustible ni una canoa para llevarla. Pasó una hora para que el líder nativo de Kirigueti consiguiera un peque-peque (canoa con motor) y combustible suficiente para llegar al campamento”, recuerda el doctor.
Esa misma madrugada el médico, la niña en brazos de su padre, y dos nativos voluntarios se embarcaron en plena oscuridad asumiendo sus propios riesgos. A medio camino al campamento gasífero y en plena penumbra, el rutero (guía de la canoa) no pudo evitar que el peque-peque se estancara en un banco de piedras. Mientras los nativos peleaban contra la corriente para poner el bote en el curso del río, el médico trataba de aliviar el sufrimiento de la niña.
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“(Centro de salud) No tenía combustible ni canoa para llevar a la niña. Pasó una hora para que el jefe nativo de Kirigueti consiguiera un peque-peque (canoa con motor) y gasolina para llegar al campamento de la petrolera”
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Pasó una hora de viaje para llegar finalmente a la comunidad Nuevo Mundo donde asienta las instalaciones de la compañía e hidrocarburos. Luz M. estaba en una camilla desmayada y sus signos vitales eran cada vez más lentos para cuando llegó el emergenciologo de Repsol. En medio de la espera, el padre de Luz M. parecía preocupado por los gastos y el tiempo que le demandaría estar lejos de su esposa y de sus otros hijos.
"Dejenla, ya tengo 7 hijos. Qué van a hacer si ya se va a morir", comentó el padre sorprendiendo al joven médico y el personal de salud que no lograban entender el poco esfuerzo del nativo por mantener con vida a su hija.
Luz M. entró en coma; una sonda fue colocada para recuperar sus signos vitales. Una hora después, la niña dejó de existir oficialmente. La aeronave Foker que la trasladaría a un hospital en Lima aterrizó muy tarde. El doctor atribuyó la presencia de hierbas en su cuerpo al intento del curandero para aliviar sus dolores.
La niña matsigenka falleció esa mañana en un aeródromo de una gasífera. Su historia clínica sugiere que bien pudo morir años antes por otros problemas de salud que arrastraba, y que en la selva amazónica del Cusco pueden ser mortales por las carencias de los servicios de salud. En 2004, con meses de nacida, a Luz M. se le diagnosticó diarrea, conjuntivitis y una bronquitis aguda. En 2005 fue atendida para tratar un nuevo cuadro diarreico, una amigdalitis -inflamación de las amígdalas-, y un cuadro de malnutrición, como consecuencia de una deficiente alimentación.
En 2007 Luz M. de cuatro años, fue llevada nuevamente al puesto de salud por problemas respiratorios. Su historial médico registra que su última atención en el puesto de salud fue en 2014 por una caries general, una infección que afecta a toda la población nativa del Bajo Urubamba.
La muerte es una cifra
Como Luz M. decenas niños y recién nacidos mueren cada año en las comunidades del nuevo distrito de Megantoni convirtiéndose en una cifra más para las estadísticas de la Dirección Regional de Salud del Cusco (Diresa).
Las etnias Matsigenkas, Yine, Kakinte, Asháninkas, Kugapakori-Nanti y Nahua-Yora viven desde hace más de mil años en las márgenes del Río Urubamba y sus afluentes Manu, Timpia y Camisea, agrupadas en veintidós comunidades sobre un espacio de más de diez mil kilómetros cuadrados, una extensión comparable a Jamaica o al Libano.
Un amplio territorio con una biodiversidad generosa al cual accedieron por razones religiosas y económicas desde el inicio del siglo pasado, los padres dominicos, los explotadores del caucho y los primeros colonos y extractores de madera. Desde hace más de 20 años, las empresas de hidrocarburos más importantes del mundo han tenido y tienen derechos de explotación de yacimientos de gas natural sobre los cuales viven más de 10 mil nativos, generando al Estado grandes ingresos.
El entonces distrito de Echarati que incluía a las 22 comunidades nativas del Bajo Urubamba concentra la mayor reserva de hidrocarburos en todo el país. Los lotes 88 y 56 de gas natural operados por el Proyecto Camisea liderada por la empresa Pluspetrol, el lote 57 explotado por Repsol y el lote 58 por la empresa China CNPC, que adquirió los derechos de Petrobras a fines del 2014.
Desde el 2004 hasta 2015, según el MEF, Echarati ha recibido por canon y regalías más de S/. 2,300 millones. Al dividirse una parte de Echarati en el nuevo distrito Megantoni circunscrito sobre los territorios matsigenkas, este viene captando desde el 2017 parte del canon gasífero que asciende a S/. 180 millones anuales lo que lo mantiene -pese a los precios bajos de este hidrocarburo-como el distrito con mayor presupuesto en el Cuzco y en el Perú.
Sin embargo, estos altos ingresos provenientes de las industrias extractivas no se reflejan en una mejora directa en la calidad de vida de los nativos, principalmente mujeres y niños expuestos diariamente a los cambios radicales que trae toda explotación a gran escala de recursos naturales. De los S/. 560 millones recibidos por el canon gasífero de Camisea entre los años 2004 y 2010, solo S/. 54 millones fueron a obras de saneamiento y salud. Más de la mitad de ese fondo -S/. 289 millones- fue usado para construir y ampliar caminos y carreteras con claro impacto social y ambiental.
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“De los S/. 560 millones recibidos entre 2004 y 2010 por el canon de Camisea, solo S/. 54 millones fueron a obras de saneamiento y salud. Más de la mitad del fondo gasífero -S/. 289 millones- fue para construir vías con evidente impacto social y ambiental”
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Vulnerables
Según se desprende de los datos de la Dirección Regional de Salud del Cusco un veinte por ciento de los niños fallecidos en 2016 en la provincia de La Convención, corresponden a indígenas matsigenkas del nuevo distrito de Megantoni.
Entre enero y hasta setiembre del 2017 ya se habían reportado el fallecimiento de cinco infantes y recién nacidos, como el caso de María C., de 10 meses, quién ya presentaba parasitosis y deficiencia respiratoria al nacer, y una anemia severa al tercer mes de vida. Falta de personal adecuado e insuficiente recursos para monitorear la salud de la población nativa ubicada en comunidades alejadas de los establecimientos del Estado contribuyeron indirectamente a su fallecimiento a muy temprana edad.
Los padres de María C., Joel de 22 años y Ana de 18 años viven en una quebrada de la margen izquierda del río Urubamba a una hora en peque-peque de la comunidad de Kirigueti en una pequeña comunidad sin acceso a energía eléctrica ni agua potable. María C. fue atendida por última vez el 25 de agosto del 2017, por el personal de salud según su historia clínica. La técnica de enfermería que la atendió escribió en el reporte que la bebé tenía anemia pero que su salud estaba estable si se comparaba con la de otros niños del Urubamba.
"Entregamos sulfato ferroso, un sobrecito con hierro para combatir su anemia para que los papas se lo apliquen diariamente hasta su próxima atención en 30 días", cuenta la enfermera sin tener certeza si ellos cumplieron con el tratamiento.
María C. no apareció por Kirigueti al siguiente mes para su evaluación. Tres semanas después los padres acudieron al puesto de Salud para informar de su muerte. No supieron explicar qué síntomas presentó para llenar el reporte de fallecimiento. La enfermera quien no sabe la lengua matsigenka, empleó las manos para preguntar si tuvo tos, dolor en el estómago o calentura. Cada pregunta era un movimiento de cabeza de la madre como respuesta’.
"Les preguntamos porque no trajeron su cuerpo y nos respondieron que estaba muy lejos, y que (ellos) no entendían para qué hacerlo si ya estaba muerta", cuenta la obstetra responsable de la salud materno infantil.
El personal médico que visita la pequeña aldea donde vivía la pareja, recuerda que la bebe vivía en una vivienda de una sola habitación, con su hermano de dos años, sus padres y otros cuatro familiares. Ellos sospechan que murió por asfixia, probablemente en un descuido como suele pasar donde los padres e hijos duermen con los hijos bajo el mismo techo. Ellos no podrán completar su informe sobre la muerte de María C. porque los padres abandonan la vivienda y se van monte arriba temerosos de ser reprendidos.
Hambre en el Paraíso
En este paraíso llamado ahora Megantoni- que en matsigenka significa tierra de guacamayos-, la desnutrición persiste y es sinónimo de muerte a largo plazo. Si bien en el Perú los programas sociales de los últimos tres gobiernos redujeron la tasa de desnutrición crónica infantil en menores de 5 años, pasando de 31,3% a 14,4% entre los años 2000 y 2015, este resultado es menor cuando se trata de los niños de las zonas rurales y en particular de los pueblos indígenas amazónicos.
La ONG Ayni Desarrollo con la asistencia del Ministerio de Asuntos Globales del Canadá efectuó en los primeros meses del 2016, un estudio a 370 niños de las comunidades nativas de Timpía, Miaría y Puerto Huallana. A los menores de cinco años se le midió su talla, revisaron sus historias clínicas que daban cuenta de su control de crecimiento y desarrollo. El resultado de la encuesta reveló que un 47 por ciento de los niños sufrían algún tipo de desnutrición. Es decir, uno de cada dos niños matsigenkas tenía anemia o su estatura y peso eran menores a los parámetros mínimos sugeridos por la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la FAO (Organización de las Naciones Unida para la Alimentación y la Agricultura) para un adecuado crecimiento. Un porcentaje negativo que supera el promedio en las áreas rurales -26 por ciento- manejado por la Encuesta Demográfica de Salud Familiar efectuada en 2016 (ENDES).
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“Un estudio de ONG Ayni Desarrollo con la asistencia del Ministerio de Asuntos Globales del Canadá reveló que reveló que un 47 por ciento de los niños matsigenkas sufría algún tipo de desnutrición”
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La dieta alimenticia habitual de los niños matsigenkas consiste en yuca y plátano, y en menor proporción, pescado y arroz. Solo un diez por ciento de los niños nativos, consume alimentos de los cinco grupos alimentarios del mapa nutricional establecido por las Naciones Unidas, es decir vegetales, proteínas, frutas, cereales y menestras.
Proteínas como la leche, huevos y todo tipo de verduras son ajenos para aquellas familias que viven a horas o días del río Urubamba, principal punto de intercambio.
Muerte en Kochiri
La salud de varias de las comunidades nativas del Bajo Urubamba está a su suerte, no tienen atención directa como es el caso de Kochiri, una aldea cuyo suelo se halla de difícil acceso, dentro en la demarcación del lote 58, entregado por el Estado a Petrobras y luego la firma china CNPC (China National Petroleum Corporation), la misma que ha empezado a invertir desde el año pasado más de US$ 2’000,000 millones.
En esta comunidad de matsigenkas, y también de ashaninkas que huyeron en los años 90 de la selva central por la violencia de Sendero Luminoso solamente a la que se llega surcando cinco horas en canoa y otras dos horas a pie desde Kirigueti, los niños y mujeres mueren por falta de atención médica oportuna. "Cada año mueren de 3 a 5 recién nacidos", afirma Lya Napa, la única obstetra del centro de Salud de Kirigueti que visita una vez al mes dicha comunidad.
Cuando sus habitantes son mordidos por serpientes, o sus niños tienen diarreas o resfríos producto de los descensos de temperatura, requieren ir al puesto de salud Tangoshiari otra comunidad cuyo viaje en un peque-peque toma más de una hora. El alto costo del combustible por encima de los precios de la costa-más de 40 soles el galón- los obliga en la mayoría de los casos a transportarse en una canoa sin motor lo cual alarga el viaje a varias horas y con el riesgo de naufragar por los remolinos y la corriente del río.
El médico y la obstetra de Kirigueti visitan la comunidad de Kochiri una vez al mes por dos a tres días ocupando un inmueble abandonado que sirve de puesto de salud temporal, y tiempo durante cual administran medicinas, vacunan y evalúan la salud de niños y mujeres. "Los recién nacidos presentan casi siempre catarro o problemas respiratorios por lo que se necesita hacer seguimiento del personal médico", cuenta la obstetra Napa.
En marzo del 2016, ante el alto índice de mortalidad de recién nacidos en una comunidad pequeña como Kochiri, la población solicitó a la Red de Servicios de Salud de la provincia de La Convención, tener un equipo médico permanente para el inoperativo puesto de Salud de Kochiri. No hubo una respuesta de la autoridad.
Según la Red de Servicios de Salud de La Convención -responsable de asegurar con personal y medicamentos en el Medio y Bajo Urubamba-, reportó durante los primeros siete meses de 2017 la muerte de bebes en la comunidad de Kochiri que no pudieron ser atendidos por la falta de personal de salud. Señalan como causal, la inflamación de los pulmones y alteraciones gastrointestinales. Solo uno de los bebes, habría muerto por probable asfixia. La madre le dio de lactar durante los primeros tres meses y comenzó a alimentarlo con ‘chapo', un preparado de plátano maduro con agua. "Creemos que el bebé se atragantó con el alimento y se asfixió", comenta la obstetra. Problemas de salud que pudieron ser resueltos de haber tenido un personal de salud.
Gestantes a su suerte
Las muertes de María C. y Luz M. y de otras niñas figuran en los registros de la Red de Salud de la Convención como lo están las cifras de mortalidad de mujeres gestantes matsigenkas.
Tsokirina es un poblado de la comunidad matsigenka Chakopishiato mucho más alejada de la cobertura de salud donde viven desperdigados más de 70 personas agrupadas en 14 familias. En caso de una emergencia, el nativo deberá trasladarse hasta los puestos de salud Trio Río o al puesto de Materiato próximos ambos a cuatro días a pie y en canoa.
Si la emergencia requiere cirugía inmediata, deberá caminar un promedio de dos días por un camino que lleva por Alto Shimaá hasta el centro de salud Kepashiato. Para el personal médico, no solo son los kilómetros que los separan sino lo peligroso de la ruta y el narcotráfico que impera en medio del camino.
A fines de diciembre del 2016, una gestante de 36 años falleció luego de agonizar tres días sin ninguna posibilidad de ser atendida. Una nativa promotora de salud de la zona que supo del hecho contó que la mujer tuvo un embarazo gemelar, es decir dos bebes en su vientre.
- ¿Cómo supieron que eran dos sino nunca salieron de la barriga?
-En su afán de ayudar el esposo metió su mano en el canal vaginal y sintió que otra criatura se movía dentro del vientre...
La mujer fue enterrada con los dos bebes dentro de su útero. Sus muertes no figuraron en las estadísticas de Diresa Cusco del 2016 porque fueron reportadas seis meses después, cuando la noticia llegó a las autoridades por intermedio de los nativos que aceptan ser promotores de salud.
Ninguno de las postas de salud de la Red de servicios de La Convención próximos a Tsokirina asumió responsabilidad porque la cobertura de sus servicios no llega hasta esa comunidad.
En 2015 tres mujeres gestantes fallecieron en el Bajo Urubamba; al año siguiente fallecieron otras tres nativas con complicaciones en el embarazo no recibieron oportuna atención médica. Todo hace suponer que más fallecidas por complicaciones durante el embarazo, pero no es de conocimiento del sistema de salud.
El único levantamiento de información sobre la salud de las comunidades nativas del Urubamba está basado en la información recogida por el personal de los 14 puestos y dos centros de salud que forman parte de la Microred Camisea, que es a su vez parte de la Red de Salud La Convención de la Dirección Regional de Salud de Cusco.
Pese a la necesidad de mejorar la calidad de los servicios de salud, solo hay dos médicos en todo extenso y agreste distrito de Megantoni. Conseguir personal con experiencia con un enfoque multicultural que sepa comunicarse con la gente y no imponga a los pacientes su concepción.
Frank Carrillo, director de la Red de Servicios de Salud de La Convención desde el 2015, admite que es muy complejo ejecutar plenamente las directivas para cumplir con las metas de salud programadas. “Es muy difícil que un profesional acepte trabajar en los puestos de salud alejados por las condiciones geográficas”, dice a Convoca el médico Carrillo.
El año pasado un obstetra de Loreto con experiencia laboral en la selva de su región, no soportó más de dos meses trabajando en el puesto de salud de la comunidad de Montetoni. Hasta ahora el puesto sigue vacante”, afirma el jefe de la red de los servicios de Salud de Megantoni.
Un puesto para técnico de enfermería está abierto también para el puesto de salud de Montetoni desde marzo pasado pero hasta ahora nadie lo acepta. Un profesional de su categoría puede ganar no más S/. 1,500 y un médico alrededor de S/. 4,500, sin contar con el bono que paga las empresas gasíferas.
La comunidad de Montetoni ubicada dentro de la Reserva Territorial Kugapakori Nahua Nanti donde se encuentra poblaciones en aislamiento voluntario, es uno de los puntos más críticos en tema de salud. Cada año mueren cuatro gestantes, según la información oficial aunque se sabe que la cifra de muertes por complicaciones en el parto es mucho mayor.
En julio del 2015 una epidemia de tos ferina o tos convulsiva causó la muerte de numerosos niños de la población indígena Nanti. Al parecer por el contacto de foráneos que traen enfermedades para las cuales los nativos son aún vulnerables por no contar con las vacunas.
“En Montetoni es cuestión de vida o muerte. No hay forma de salvarse si eres tocado por una enfermedad en este lugar porque salir de allí te tomará varios días”, señala Carrillo.
En casos de emergencia, la Red de servicios de Salud no cuenta con formas de transporte aéreo, solo es capaz de alquilar un peque-peque o emplear alguna que otra embarcación donada por el gobierno regional. La única forma rápida para cubrir emergencias en esta zona es con el apoyo del Consorcio Camisea, pero personal de salud afirma que desde hace un año ha restringido las evacuaciones de emergencia mediante los helicópteros salvo pedidos especiales del ministerio de Cultura.
Pluspetrol ha señalado a Convoca.pe que se sigue brindado apoyo en el traslado aéreo de los miembros de estas poblaciones solo cuando el Viceministerio de Interculturalidad, encargada de velar por la integridad de estas poblaciones lo solicita.
En otra circunstancia no sería posible porque la ley N° 28736 para la protección de pueblos indígenas u originarios les “prohíbe el ingreso de agentes externos a las Reservas Indígenas, a fin de preservar la salud de estas poblaciones”.
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“En la comunidad de Montetoni ubicada dentro de la Reserva Kugapakori Nahua Nanti donde hay aún pueblos en aislamiento voluntario, cada año mueren cuatro gestantes, pero se sabe que la cifra por complicaciones en el parto es más alta”
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La empresa señala sin embargo que las evacuaciones se realizan normalmente en otras comunidades nativas donde la empresa opera. Ellos indican que desde el 2005 ha gestionado atenciones de salud para más de 1,000 miembros de estas comunidades, más de 2,700 traslados aéreos, más de 600 evacuaciones de emergencia y más de 290 casos de apoyo a personas que no contaban con Seguro Integral de Salud (SIS).
Cuando un recién nacido muere en la selva de Megantoni, el personal médico está obligado a elaborar una autopsia verbal, una suerte de interrogatorio a los padres. Sin embargo, averiguar la causa de la muerte de los niños es ya una dificultad por desconocimiento del personal de salud del idioma matsigenka.
"Tenemos problemas para comunicarnos. Les hablamos con señas y gestos para saber cuáles fueron los síntomas. Con las manos tratamos de expresar si hubo sangre o si tenía fiebre. Ellos nos quedan mirando, otras veces asienten con la cabeza", cuenta una enfermera.
El mismo director de la Red de Servicios de salud de La Convención, Frank Carrillo reconoce que poco se ha avanzado en cuanto a comprender la cultura de los nativos. Hace dos años durante una emergencia en Montetoni, el funcionario logró que la empresa gasífera, Pluspetrol ayudará a evacuar un recién nacido a Lima con su madre.
En el trayecto, el bebe comenzó a agonizar por lo que él procedió a realizar masajes de reanimación. La madre asumiendo que este trataba de ahorcar a su hijo, comenzó a golpear al doctor aunque piloto y copiloto intentaba explicar a su manera las intenciones del doctor. El bebe llegó finalmente cadáver al campamento Las Malvinas.
Mujeres mueren de la nada
Como resultado de la explotación del gas en esta zona, las costumbres que definen l identidad de los matsigenkas y otras comunidades nativas están siendo modificado en los últimos 30 años por planteamientos sobre la salud que se manejan desde las grandes ciudades. El personal de salud reclutado de las ciudades de la costa y principalmente de la sierra por contratos de meses o un año no tienen un enfoque que apunte a respetar la identidad cultural de los matsigenkas. Gran mayoría considera que ‘lo más civilizado’ es la atención recibida en una posta de salud y de acuerdo a sus criterios sin respetar sus hábitos ancestrales como desconocer las técnicas para el parto vertical o la decisión de dar a luz en sus casas con participación de sus familias.
Las parteras y otros agentes de salud de estas comunidades han ido dejando su labor del cuidado de la salud, porque el mismo sistema de salud excluye su participación continua. Solo en algunos puestos de salud, aparece parteras como María Lourdes, una mujer de 60 años de edad que desde hace años ofrecía sus servicios a gestantes de comunidades alejadas. Ella ha contado a Convoca.pe cómo en más de una ocasión ha apelado al uso de hierbas y otras prácticas culturales de la amazonía para resolver complicaciones durante los partos. Recientemente esta mujer se desempeña como agente comunitaria de salud y traductora de la obstetra que atiende a las mujeres nativas de Kirigueti.
Rita Semperi es la única mujer matsigenka que forma parte de la red de Salud en el Urubamba. Por decisión de su padre ella fue educada con los misioneros dominicos en Timpia para luego seguir estudiando en Sepahua y en Lima.
Al retornar al Bajo Urubamba, Rita trabajo por 14 años como asistente en el puesto de salud de Timpía sin ninguna estabilidad laboral. Ella guiaba a los médicos en su trato con las mujeres gestantes, en situaciones de emergencia, ella debió atender partos y salir a buscar motoristas, llenar el combustible a la embarcación y salir a prestar auxilio en alguna comunidad contigua. Rita trabajaba doce horas al día los siete días de la semana y prohibida de tener familia lo cual, confiesa, le quitó la posibilidad de criar y ver crecer a sus hijos.
“Yo veía a mis paisanos enfermarse y morir de la nada. Yo siempre supe que iba regresar al Urubamba y traducir lo que sienten o sufren. Por eso volví”, recuerda Rita Semperi.
En años posteriores cuando el equipo de Atención Integral de Salud a Poblaciones Excluidas y Dispersas (Aispec) del Ministerio de Salud viajó a tomar contacto con los nativos en aislamiento voluntario, ella aceptó bajo su propio riesgo, ingresar primero a la reserva para persuadirlos de que sean vacunados contra la influenza y otras enfermedades respiratorias, mortales para ellos cuando se produce las temperaturas disminuyen.
Rita Semperi recuerda con precisión envidiable cada hecho que ha ocurrido mientras asiste a los nativos en el puesto de salud de la comunidad de Timpía, casi a orillas del río Urubamba.
“Hay meses que (el puesto de salud) no hemos tenido combustible, entonces yo voy corriendo a la comunidad me presto combustible, nosotros vemos la forma. Personal de salud debe trabajar en comunidad educación y salud. Debemos en conjunto para salir adelante”, manifiesta así esta mujer matsigenka su buena disposición pese a las necesidades de los nativos del Urubamba y que el Estado es incapaz de resolver.
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