En las noches de Teweno, en la selva del Ecuador, antes solo se escuchaban animales e insectos. Hoy se sumaron las risas y conversaciones de quienes ganaron unas horas más de luz gracias a la energía solar. Esta historia fue publicada originalmente en GK (Ecuador) y la reproducimos dentro del programa de la Red de Periodismo Humano.

Después de más de treinta años viviendo sin electricidad, Linda Enqueri tenía sus dudas sobre los paneles solares que instalaron en su natal Teweno. Después de todo, las personas mayores de su comunidad, en el suroeste del territorio waorani —en Pastaza, en medio de la Amazonía ecuatoriana— habían muerto esperando que llegara la energía y escuchando ofrecimientos que nunca se concretaron. Pero la luz sí llegó. Fue en diciembre de 2021.

Hoy, más de un año después de que se instalaron los sistemas de energía solar, Linda Enqueri, madre de cuatro hijos, dice que su vida y la de su familia cambió por completo. Antes tenían que irse a dormir apenas se ponía el sol, porque la oscuridad les impedía continuar con sus tareas diarias. Ahora los niños tienen más horas para jugar y hacer deberes, y los adultos pasan más tiempo con sus hijos y nietos.

Los paneles solares —compuestos por dos planchas de 250 vatios cada una, sostenidas por altos postes de metal gris— fueron instalados por la Fundación Alianza Ceibo, una organización conformada por cuatro de las once nacionalidades amazónicas del Ecuador: waorani, siona, siekopai y a’i cofán. Hasta enero de 2023, han instalado 150 sistemas de paneles solares en comunidades de esas nacionalidades y planean poner 21 más en los primeros meses del año.

 

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Uno de los paneles solares que da energía eléctrica a las casas de la comunidad de Teweno. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.

 

Nueve de esos sistemas están instalados en casas de guardia, en donde viven hombres que patrullan el territorio y monitorean posibles amenazas externas como la minería, la extracción petrolera, invasores de tierras y otras actividades ilegales de personas ajenas a la comunidad.

Antes de tener los paneles solares, los miembros de La Guardia de Sinangoe —como se conoce a los encargados de la protección del territorio de la nacionalidad a’i cofán— recorrían más de 60 mil hectáreas en la Amazonía ecuatoriana sin poder cargar las baterías de sus cámaras ni sus teléfonos. Cuando se quedaban sin batería, no tenían forma de recopilar evidencia sobre las actividades extractivas ilegales en sus territorios. Ahora pueden hacer los recorridos con más tranquilidad, sabiendo que tendrán acceso a energía renovable —que no daña su territorio— para poder cargar sus aparatos.

Entre 2001 y 2020, Ecuador ha tenido una tasa de deforestación de aproximadamente 31 mil hectáreas en promedio por año, según datos analizados por la Fundación EcoCiencia. “Es uno de los países que pierden sus bosques a mayor velocidad”, dijo en una entrevista en 2022 María Olga Borja, la coordinadora técnica de Mapbiomas para Ecuador de la fundación.

En este contexto, es fundamental que la guardia de Sinangoe pueda tener acceso a electricidad para cargar sus herramientas de monitoreo. Además, aunque en Teweno no hay explotación petrolera ni tampoco minera, estas actividades son amenazas constantes en la provincia de Pastaza, donde habita la comunidad y que, según expertos, está en muy buen estado de conservación.

En 2019, el Gobierno ecuatoriano quiso licitar un bloque petrolero N°22 de 200 mil hectáreas de extensión y que se superpone en un 16% con territorios de las 16 comunidades de la nacionalidad waorani en Pastaza. Los indígenas de esta nacionalidad se opusieron públicamente a que su territorio se dañaran con estas actividades.

Después de años de manifestaciones y procedimientos legales, en septiembre de 2022, el Gobierno finalmente accedió a la moratoria temporal —por al menos un año— de 15 bloques petroleros en Pastaza y Morona Santiago, entre los que estaba el bloque N°22.

Alejarse de esa explotación petrolera para obtener combustibles es uno de los motivos que impulsó a las comunidades a buscar soluciones para generar energía sostenible.

 

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Los hijos de Linda Enqueri, Alejandro y Manuel, juegan en la noche en los exteriores de su casa. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.


Mejoras en la salud

En Teweno —que en wao significa “palma de chonta”: un árbol utilizado para hacer lanzas— viven entre 35 y 40 personas.

La mayoría de quienes llegan a la comunidad lo hacen en avionetas de tres, cinco o nueve pasajeros que salen desde Shell, en Pastaza, y aterrizan en una pista de tierra que está en el centro de la comunidad, en medio de cientos de árboles y palmas. Alrededor de la pista las casas se extienden por varios kilómetros, algunas al otro lado del río Teweno y otras detrás de montañas.

En Teweno hay 13 familias distribuidas en 15 casas que comparten 12 sistemas de paneles solares. Algunos sistemas alimentan solo una casa, y otros son compartidos por dos o tres viviendas dependiendo de la zona y de las necesidades de las familias.

A cada sistema se pueden conectar ocho focos, se pueden cargar celulares —aunque en la comunidad no hay señal de teléfono—, herramientas eléctricas y hasta una televisión pequeña.

Antes de que llegara la electricidad los habitantes de Teweno usaban velas y chimbuzos (bolsas de lona) para tener algunas pocas horas de luz, luego de que se ocultara el sol en la espesa oscuridad de la noche amazónica.

Los que podían pagarlo tenían un generador que funcionaba con gasolina. Sin embargo, los comuneros reconocen que eran contaminantes, costosos, peligrosos y que solo podían usarse por un tiempo limitado.

El presidente de la comunidad Randy Enqueri dice que los generadores eran tan ruidosos que ahuyentaban a los animales —lo que dificultaba la cacería y la pesca, dos de las principales formas de subsistencia de la comunidad— e impedían escuchar cuando alguien gritaba por una emergencia.

Sabían que no era una solución a largo plazo, pero era lo que había disponible.

Como su nombre lo indica, los sistemas solares funcionan a base de energía que se obtiene directamente de la luz y el calor del sol. En concreto, los paneles están hechos de materiales semiconductores que absorben la luz y crean un flujo de electrones que se convierte en corriente eléctrica.

Linda Enqueri ya confía en los paneles solares que trajo la prometida y ansiada electricidad. No se imagina sus días sin ella. “Ahora cuando voy a las otras comunidades que no tienen luz me cuesta acostumbrarme”, dice entre risas. Son las 7:30 h de la noche y sigue cortando la yuca que deposita en una olla de metal negruzco en su cocina de leña. “Antes era imposible hacer esto a esta hora. Nos dormíamos a las siete de la noche, como las gallinas”.

 

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Linda Enqueri cocina en la noche; antes de los paneles solares solo podía hacerlo hasta las 7 de la noche. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.

 

Los paneles solares les dieron a los habitantes de Teweno ese tiempo que antes no tenían porque todo era oscuridad.

Juan Enqueri llegó a Teweno hace ocho años para trabajar como profesor en la única escuela de la comunidad. Ahí conoció a su esposa Wentoca Yeti y ahora viven en una casa azul de madera, cerca a la pista de aterrizaje de la avioneta, con sus dos hijos: Ovo y Oto, de tres y cinco años.

Juan Enqueri también tenía un generador en su casa y dice que, además del costo de la gasolina, afectaba su salud. Cargar el combustible que traía de Puyo —la cabecera cantonal de la capital de la provincia de Pastaza— era peligroso, dice, porque a veces se regaba y quemaba la piel de quien iba cargando ese galón sobre sus hombros.

Randy Enqueri, el presidente de la comunidad, recuerda que cuando tenían los generadores, los habitantes sufrían de dolores de cabeza, gripe y fiebre. Esos males, que podrían estar relacionados con las emisiones tóxicas de los generadores, fueron disminuyendo cuando llegaron los paneles. “Ahorita estamos bien, tenemos luz, sin ruido, sin peligro, estamos tranquilos”, dice y suspira aliviado.

 

La apuesta por la energía solar

Alianza Ceibo comenzó el proyecto de energía solar en 2016 con la inversión de una organización alemana llamada Love for Life. Ahora lo financian con fondos de la Fundación Honnold, que da subvenciones a organizaciones que promueven el acceso a la energía solar en todo el mundo.

El proceso para instalar los paneles solares es largo. Jairo Irumenga, representante de la nacionalidad waorani en Alianza Ceibo, explica que, debido a que los recursos son limitados, se debe primero analizar qué comunidades van a ser priorizadas. En muchos casos, el ingreso a las comunidades se dificulta por el tamaño y peso de las partes del sistema, especialmente de los paneles y los postes que los sostienen.

 

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Dentro de cada casa, las familias tienen una caja gris desde donde sale la conexión para los focos y un enchufe al que pueden conectar una extensión o regleta. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.

 

Esa fue una de las complicaciones que se enfrentaron en Teweno. Irumenga dice que primero intentaron llevar los paneles y postes en las avionetas más grandes de nueve pasajeros, pero no entraron en la cabina del avión y solo pudieron transportar las baterías. Al final, los transportaron en canoa por el río Curaray hasta la bocana Yoweweno y luego hasta la comunidad. Desde ahí, cada familia era responsable de trasladar su sistema hasta su casa. La caminata puede tomar 40 minutos, pero por el peso en sus hombros, les tomó casi tres horas.

Si se cuidan, los paneles pueden durar hasta 20 años y las baterías, diez. Para que eso suceda, hay quienes reciben capacitaciones dentro de la comunidad. Ellos son los encargados de darle el mantenimiento básico a cada sistema. Si hay un problema que involucre cambios de partes o reparaciones profundas, llaman al ingeniero Luis Muñoz, a quien le toma 24 horas llegar a la comunidad entre los trayectos en carro y avioneta.

Después de la instalación, durante el primer año, el técnico encargado de la comunidad hace visitas periódicas para dar mantenimiento. Después de eso, es responsabilidad de cada familia revisar que todo esté funcionando y si encuentran algún problema, deben llamar al técnico. Randy Enqueri asegura que hasta ahora, en este primer año, no han tenido ningún inconveniente.

 

Más luz, más recursos

Antes de que llegara la electricidad por energía solar a Teweno, cada tres o cuatro meses, Linda Enqueri gastaba 30 dólares en la compra de combustible para su generador eléctrico. Adquiría cinco galones, que costaban entre cinco y seis dólares cada uno. “Ahorrando, no prendiendo todos los días, solo un par de horas ciertas noches, nos duraba máximo cuatro meses”, explica. Como era demasiado costoso para el tiempo que podían utilizarlo, Enqueri prefería comprar velas. Eso también era complicado. Debía caminar cuatro o cinco horas para ir a la ciudad y comprar las velas que solo podían tener prendidas un par de horas cada noche. Los paquetes le costaban entre dos y tres dólares, pero duraban máximo una semana.

Los paneles solares, en cambio, no le cuestan nada a Linda Enqueri ni a su comunidad, y dan luz durante toda la noche. Los sistemas están diseñados para proveer energía incluso hasta tres días seguidos, suponiendo que no se puedan cargar porque no hay nada de sol. Según el ingeniero Luis Muñoz, “si hay días nublados o días de lluvia el sistema aún tiene capacidad de carga. No es lo mismo que recibir plena radiación solar, pero es como su límite mínimo”, dice.

 

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Algunos miembros de la comunidad waorani de Teweno en una ceremonia de bienvenida que hicieron para recibirnos. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.

 

Las noches en las que tenían que apagar las velas o los generadores para ahorrar quedaron atrás. Konta, una mujer de piel morena que siempre lleva varios collares enrollados en el cuello y que cree tener 50 años, dice —en wao, mientras Jairo Irumenga traduce— que cuando viaja fuera de la comunidad les pide a sus vecinos que prendan el foco de afuera de su casa para “ahuyentar a los tigres”, que es como les dicen a los jaguares. Lo hace para proteger a sus animales, incluyendo a su mascota: un pequeño y colorido tucán que salta entre las paredes de madera de su casa.

Además del dinero que ahorran, porque ahora no compran combustibles, la energía renovable ha permitido que las personas de Teweno puedan invertir más tiempo en otra de sus fuentes de ingreso: la elaboración de artesanías.

Después de cocinar, comer y lavar los platos, pasadas las nueve de la noche, con su largo cabello negro recogido en una rosca que parece que pronto se soltará, Linda Enqueri se sienta en el suelo de madera de la sala de su casa con un canasto de plástico rojo en donde guarda las semillas, piola, tijeras y otras herramientas para hacer artesanías. Como muchas de las familias de la comunidad, ella fabrica aretes, pulseras, bolsos, lanzas y cerbatanas.

Las artesanías se venden a los turistas que llegan a Teweno para visitar una cascada que está a 40 minutos de la comunidad. A veces también las venden en la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (Amwae). Después de que instalaron el panel solar junto a su casa, Juan Enqueri compró una herramienta eléctrica para perforar las semillas con las que él y su esposa Wentoca Yeti fabrican las artesanías. Eso, dice, les permite hacerlas mucho más rápido que con una herramienta manual.

 

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Juan Enqueri utiliza la herramienta eléctrica que compró para hacer artesanías de forma más rápida. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.


Más tiempo con la familia

Linda, Randy y Juan Enqueri dicen que antes en las noches de Teweno solo se escuchaban los grillos, sapos y aves. Ahora suenan también las risas y las voces de quienes conversan en sus casas. Dabeta Tañi —de 47 años, cabello ligeramente rizado y risa contagiosa— comenta que uno de los mayores beneficios es que pueden pasar más tiempo en familia. Antes no podían quedarse conversando después de comer, porque si ya era tarde tenían que apagar la vela e irse a acostar. Ahora, dice sonriendo, “ya no hay límite”.

Los paneles solares han hecho que fuera más fácil criar a los hijos. Omamo, de 68 años, comenta que ella cuidó de sus siete hijos en la oscuridad casi total. Mientras cocina una olla repleta de saino que su esposo cazó la noche anterior —un animal también conocido como pecarí de collar (Dicotyles tajacu)—, cuenta que cuando sus bebés lloraban en la noche prendía una vela para revisar el pañal o darles de comer, pero la apagaba enseguida para que no se gastara.

Oma Yeti, uno de los abuelos de la comunidad de Teweno, asegura que tener luz en las noches le ha permitido conversar más con sus nietos. Mientras está sentado en una hamaca, rodeado de cinco perros blancos de distintos tamaños que duermen y juguetean, dice que les cuenta a los más pequeños sobre la historia de su nacionalidad, les explica cómo hacer una cerbatana, cómo fueron los enfrentamientos con otras comunidades.

Los paneles solares también han hecho que Teweno fuera más segura. Randy Enqueri comenta que sin el ruido de los generadores, ya se puede escuchar un pedido de auxilio en caso de una emergencia. Además, con luz es menos probable que pasen accidentes como el que tuvo su padre Ñihua Enqueri hace nueve años. Una noche, cuando regresó de cacería, estaba cortando la carne del animal que había matado cuando se cortó la punta del dedo índice izquierdo. Ahora que ya hay luz, Ñihua Enqueri dice en wao, mientras muestra orgulloso una de las lanzas que utiliza para cazar, “ya no hay riesgo de cortarse los dedos”.
Los planes para el futuro

Linda Enqueri quiere que sus hijos sigan estudiando. Su sueño, asegura, es que ellos “puedan mejorar más que yo”, para que puedan vivir en mejores condiciones. Para que ese anhelo se cumpla, Linda espera en el futuro poder tener internet en su casa.

No es un deseo aislado. Ese también es el plan que Randy Enqueri tiene para Teweno. También quieren poner un panel solar en la zona donde está la escuela y el centro de salud que, por ahora, no está funcionando. Con eso, podrían iluminar el lugar en donde está la pista de aterrizaje y las áreas comunes de la comunidad.

Randy Enqueri espera con esas acciones reducir los riesgos en las emergencias, porque además de iluminar una zona que en la actualidad no tiene luz, tener internet conectaría a Teweno con la ciudad. “No tenemos cómo llamar en caso de una emergencia, si alguien se rompe un hueso o le pica una culebra, debemos caminar 30 minutos para tener señal”. Con otro panel solar y conexión a internet, ese y otros problemas que persisten se solucionarían.

 

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Panel solar junto a una de las casas de la comunidad de Teweno. Fotografía de Emilia Paz y Miño para GK.

 

En los próximos meses, Alianza Ceibo planea llevar 21 sistemas de energía solar a diferentes comunidades, para que se instalen en casas de guardia de territorio, escuelas, casas familiares y casas de las asociaciones de las mujeres indígenas.

Jairo Irumenga dice que siempre habrá más comunidades que necesiten ayuda de este y de otros proyectos. “Muchos nos preguntan y por qué a ellos sí y a nosotros no”, comenta. Por eso han estado buscando más financiamiento de nuevas organizaciones para así llegar a comunidades que son todavía más lejanas y que, al igual que Teweno, se beneficiarían de tener energía solar.

Hernán Payaguaje, de la nacionalidad siekopai, fundador y parte del directorio de la fundación Alianza Ceibo, dice que ellos tienen “la esperanza de pensar en una Amazonía diferente, en territorios aún con vida para nosotros y para las generaciones futuras”.

Susana Roa Chejín (Ecuador, 1997) Periodista lojana y jefa de la redacción de GK. Cubre economía, sexualidad y derechos. Le interesan los temas de empleo, educación financiera y salud sexual y reproductiva.

 

Este reportaje es una colaboración entre Mongabay Latam y GK

Esta historia fue publicada originalmente en el medio GK (Ecuador), y es republicada dentro del Programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.