La muralla que divide al asentamiento humano Nueva Rinconada de la exclusiva residencial Las Casuarinas. Foto: Oxfam

 

El asentamiento humano de Lima excluido por una muralla que no encaja en las cifras de prosperidad del país

 

Hace unos días el representante residente del Fondo Monetario Internacional, Alejandro Santos, manifestó que “Perú tiene una nota de 9.9 sobre 10 por el manejo económico que ha tenido en los últimos 25 años”, con motivo de la Junta de Gobernadores del Grupo Banco Mundial que se realizó en el Centro Cultural de la Nación. Sin embargo, a tan solo media hora en auto de este encuentro mundial que concluyó ayer 11 de octubre, se encuentra la zona de Nueva Rinconada de 65 mil habitantes en el distrito de San Juan de Miraflores, en donde el asentamiento humano Vista Hermosa no tiene servicios de agua, luz y subsiste en constante riesgo de destrucción por un eventual sismo. Ellos viven excluidos por un gran muro que los separa de la exclusiva residencial Las Casuarinas donde el agua abunda para llenar piscinas de casas millonarias y les recuerda que en medio del arenal ningún “milagro peruano” ha ocurrido.

 

Antes que se levantara el muro, ella subió a lo alto del cerro y vio lo que nadie había visto. Entonces decidió ponerle un nombre a la tierra que pisaba: Vista Hermosa.“Vi que los ricos tenían sus plantas todas verdes, sus piscinas, sus casas blancas y su mar estaba bonito, entonces yo le puse Vista Hermosa”, dice Julia García Huarcaya, mujer de 55 años que fundó en 2012 este asentamiento humano dividido por un muro de concreto de tres metros de alto y protegido por una cadena de púas, que marca el límite de dos realidades del Perú en pleno siglo XXI: la zona llamada Nueva Rinconada a la que pertenece este asentamiento humano de casas de madera y techos de calamina en el distrito de San Juan de Miraflores, y  la adinerada zona residencial “Las Casuarinas” en Santiago de Surco. 

“El muro de la vergüenza”, conocido así por los habitantes de Nueva Rinconada, comenzó a construirse en la parte baja del cerro en la década de 1980 con las primeras invasiones en la periferia de Lima y luego fue expandiéndose en la zona alta con el nacimiento de nuevos asentamientos humanos como Vista Hermosa. El muro establece un límite físico que se ve reforzado por las cifras: en San Juan de Miraflores hay más de 400 mil ciudadanos donde la municipalidad invierte apenas 132 soles cada año de presupuesto y en Surco viven 338 mil personas para las que se destina 614 soles, cuatro veces más, según el Instituto Nacional de Estadística (INEI, 2013).

El muro también divide el país: "Separa lo formal y bien logrado con esfuerzo de lo informal y conchudamente robado", escribó un peruano el jueves último en su cuenta de Facebook. "Que inconsciencia que actualmente en la pobreza se sigan llenando de hijos como animalitos", completó otro. "Si invaden cerros tampoco esperen que Sedapal les lleve agua hasta su casita, así no funcionan las cosas". Desde el otro lado, otro peruano replica:  "Es inútil que el país sea visto como ejemplo de desarrollo económico, si los "cerebros" de esas personas pudientes, y que muchas veces están en el poder, siguen teniendo el pesamiento de mitad del siglo XX". Y otro lector concluye: "Este es el Perú de la indiferencia". 

Julia mira la desigualdad así: “es humillante, es la división entre nosotros y los ricos”. Esta división la inició el colegio La Inmaculada que se encuentra en la parte baja del cerro por temor a que "la delincuencia" afecte a sus alumnos, cuentan los vecinos. Y lo único que sí comparten ambos lados, en uno de los puntos más altos de la muralla, es la cruz del Sagrado Corazón, que gobierna por igual.

 

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La cruz del Sagrado Corazón fue construida por habitantes de San Juan de Miraflores y se encuentra en una de las cumbres del cerro. Foto: Joan Rios - Oxfam.

 

“Nuestro aniversario es el 18 de marzo, y el muro comenzó a construirse por aquí entre el 20 y el 25 de marzo del 2012”, recuerda Analí Yupanqui, presidenta del asentamiento humano Nuevo Milenio, que es uno de los 143 asentamientos que integran Nueva Rinconada, y de los que se localizan en la parte más alta junto a El Trebol y Vista Hermosa. Yupanqui no recuerda más de esa fecha en que se empezó a levantar el muro con policías, “yo por miedo no salí. Nos dijeron que hacían el muro por temor a que les robemos sus casas”. 

Poca educación y alto riesgo

Como zona invadida sin planificación alguna, los jóvenes de Nueva Rinconada no tienen acceso a la educación local; solo se encuentran algunos colegios estatales que brindan cursos como zapatería, costura o mecánica en la parte baja de Pamplona, el área urbanizada, a la que llegan a pie en casi una hora. Y también ahí existe otro obstáculo: existen pocos cupos de matrícula.

Ante el limitado acceso a la educación y el trabajo, hay jóvenes que sí han optado por la delincuencia. “Pero el problema es que (los vecinos de Surco) generalizan y ponen una etiqueta a todos”, explica Rosario Quispe de la organización no gubernamental Predes, dedicada a la gestión de riesgos de desastres y que trabaja de cerca con la comunidad. 

Nueva Rinconada es un área de “alto riesgo” debido a la construcción improvisada de las casas con bases inestables de piedras, además está la amenaza constante de la caída de rocas provenientes de las cúspides de los cerros: se calcula que con un sismo de 8 grados morirían mil 169 personas en el área de Pamplona Alta, según el estudio de Predes y la Cooperación Suiza de 2009.

 

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Por la falta de planificación y asesoría técnica los hogares de Nueva Rinconada se ven amenazados por los sismos que suceden, habitualmente,  en Lima. Foto: Joan Rios - Oxfam.
 

“Una vez una piedra vino y le rompió la cabeza a un niño”, cuenta Sara Torres, exsecretaria general del asentamiento humano El Trebol, el más poblado de las partes altas de Nueva Rinconada y donde viven 2 mil personas. “Sarita” dice que el lodazal que se forma es lo que más le afectó por la humedad del lugar. “Mis niños no podían salir de casa porque se enlodaban”, recuerda luego de confesar que extraña la ciudad soleada donde nació, Chachapoyas, al norte del país. “Mi tierra, mi sol, mis frutas, el café, mi aire más sano”.

De lo que más sufren los niños es de asma por la humedad, la caracha y las diarreas por las condiciones insalubres. Según la Organización Mundial de la Salud la reincidencia diarreica en niños menores de 5 años se debe al consumo de agua no saludable, recurso principal que es escaso en Nueva Rinconada. Al igual que los colegios, los centros de salud se localizan en las partes bajas de Pamplona, en Nueva Rinconada solo hay "botiquín de salud”, donde se dan medicinas en caso de emergencia a los 65 mil habitantes, explica Sara Torres.

Sin servicios básicos

Son 143 asentamientos humanos en Nueva Rinconada y los que se encuentran en una situación más precaria son los que están en las zonas altas, más cerca al cielo. No tienen desagüe ni agua ni luz.

De las 65 mil personas de Nueva Rinconada, 59 mil 800 (92 por ciento) accede al servicio de agua por medio de camiones cisterna, que les cuesta 3 soles por cilindro de 100 litros que les rinde tan solo por un día (para una familia de 5 personas). En un mes gastan 90 soles. “Son los que más gastan y los que menos ganan”, asegura Rosario Quispe de Predes. Es cierto, las familias de San Juan de Miraflores localizadas en la zona baja pagan 35 soles mensuales, la tercera parte que los de Nueva Rinconada.

Sin embargo, ahí no acaba el problema del agua; el otro 7 por ciento de los pobladores recibe el agua a través de pilones públicos y el uno por ciento accede al agua mediante un hábil sistema de mangueras informales alimentadas por una bomba especial que transporta el agua desde los pilones instalados por el Estado hasta sus cilindros familiares en las partes altas. Ese un por ciento paga además 10 soles por el alquiler de la bomba. Ese uno por ciento se llama Vista Hermosa.

 

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En el AA.HH. Vista Hermosa, pese a ser los que menos tienen, pagan casi 4 veces más que en la zona urbanizada de San Juan de Miraflores por el consumo de agua. Foto: Percy Ramírez - Oxfam.
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El almacenamiento de agua en cilindros protegidos solo por plásticos ocasiona que se conviertan en fuentes de enfermedades como el dengue. Foto: Percy Ramírez - Oxfam.

 

Con 80 familias identificadas, los pobladores de Vista Hermosa saben que es complicado que las autoridades les titulen sus predios porque se encuentran en una “zona de riesgo”, de acuerdo a Predes. Sin servicios básicos y sin tierra, Vista Hermosa ha perdido su identidad: la única vista que tiene es la de una inmensa muralla en la que curiosos se trepan para observar al otro lado; las escaleras de los pobladores han adquirido una nueva función, la de miradores ambulantes. “Ahí iba a estar nuestra canchita de fútbol”, recuerda Amado Alarcón, habitante de Nueva Rinconada. Pero no solo eso. Los pobladores afirman que al otro lado del muro había un camino que los llevaba rápidamente hacia la carretera Panamericana Sur que les permitía el acceso directo al agua. “El muro bloquea un camino de agua más práctico”, añade Maria Elena Mendoza, comunicadora de Predes.

 

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El muro aparte de ser un barrera que los excluye socialmente, también les bloquea una posible ruta de acceso al agua más efectiva. Foto: Joan Rios - Oxfam.

 

A la falta de agua de Nueva Rinconada, se une la ausencia de un sistema de alcantarillado que es reemplazado por silos (para el 73 por ciento de los pobladores), letrinas (25 por ciento) y el campo libre (2 por ciento), según Predes. En verano se forma un olor insoportable y un foco infeccioso. Así vive Julia García, natural de Huancavelica y que vino de “chiquita” a Lima. Ella se dedica a vender frutas al menudeo en el Mercado Ciudad de Dios al igual que el resto de pobladores de Nueva Rinconada que al verse sin una fuente de ingreso permanente, se dedican al comercio ambulatorio en la parte baja de Pamplona.

Mientras Julia muestra su hogar que se restringe a cuatro paredes armadas con una libre disposición de maderas y calaminas que ella sola trajo desde las faldas del cerro, uno observa que no le puso el nombre a Vista Hermosa de forma aleatoria. Desde que vio el muro del que es vecina, ve su tierra por la mitad. 

“Me demoré dos años en construir mi casa porque me enfermé”, dice. Le dio parálisis facial de lado izquierdo del rostro “por la preocupación y el frío me dijeron los médicos”.

 

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Julia García Huarcaya sufre de parálisis del rostro por el estrés excesivo que le produce el vivir en condiciones adversas. Foto: Percy Ramírez - Oxfam.

 

Al otro lado del muro, en la otra mitad en donde no llega la humedad, ni el frío, pero sí los servicios básicos, se encuentra la residencial “Las Casuarinas” que pertenece al distrito de Surco, cuyo índice de pobreza no sobrepasa el 2.5 por ciento según INEI en 2013. Para ingresar a esta zona, se debe solicitar permiso. Aquí el metro cuadrado cuesta mil 500 dólares y una casa de mil 500 metros cuadrados está valorizada en 2.5 millones de dólares, calcula el economista Armando Mendoza de la agencia extranjera Oxfam. Poca gente camina por las calles, el lugar de las veredas son ocupadas por pistas para los autos particulares de las familias. El agua sobra, existen piscinas para cada hogar y no ven como amenaza un sismo. “Están en las mismas condiciones porque también están en la ladera, pero sus viviendas están planificadas”, dice Rosario Quispe de Predes. 

 

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Residencial Las Casuarinas, donde las condiciones son bastante mejores que en Vista Hermosa. Foto: Joan Rios -  Oxfam.

 

“No somos pobres, porque tenemos nuestras manos, trabajamos; que se retire esto, que vuelva nuestro campo deportivo y que pueda pasar nuestro camino”, reclama Julia, que tiene la piel curtida por el sol de los cerros y del trabajo esforzado.

Como el Estado no llega a Nueva Rinconada y menos a Vista Hermosa, todo lo que existe allí ha sido construído por sus habitantes; el único centro de educación inicial e incluso una nueva carretera que se está abriendo paso en cada jornada laboral de 10 probladores para lograr un traslado más rápido de agua y alimentos. Los obreros construyen la vía  hasta donde les da el cuerpo, al anochecer desisten por la falta de luz eléctrica. 

Julia cuenta que en las noches se alumbra con una lámpara a pilas que ha colgado en medio de su casa. Y a veces se acaba la batería. El “milagro económico” solo ilumina al otro lado del muro.